Capítulo
31
Firesday
22 de Juin
Al oír el
gruñido de Nathan y los graznidos de regaño de Jake, Meg se precipitó al
mostrador del frente para averiguar qué estaba mal. Luego su boca se abrió
mientras miraba a Robert, Sarah, y Lizzy jugando con una pelota grande en el
área de las entregas, un lugar donde un gran camión de reparto, que entrara
rápido, podría llegar a ellos. Un lugar que no era un parque infantil. Ellos lo
sabían.
—¡Robert! —Gritó Lizzy—. ¡Oso Grr dice que se supone
que no podemos jugar aquí! ¡Se supone que debemos jugar en la parte de atrás!
Meg se quedó
sin aliento y se agarró al mostrador cuando un zumbido doloroso le llenó el
abdomen y la zona lumbar. Cuando oyó el crujido de alguien que se movía en el
piso de arriba, el zumbido se desvaneció tan rápido como empezó, dejando un eco
de dolor.
—¡Oso Grr es
un cretino! — Robert le lanzó la pelota a Lizzy, que golpeó a Oso Grr, actuando
este como un bate y logrando conectar con la pelota, enviándola en un arco
alto.
—¡Robert! —
Pete Denby gritó desde una ventana del piso superior.
Robert se
congeló por un momento ante el sonido de la voz de su padre. Luego, al ver el
balón cayendo haciendo un arco sobre su cabeza, se giró para correr detrás de
él.
Dolor.
Abdomen, espalda, piernas. Recordando imágenes de entrenamiento de personas
heridas en accidentes de tráfico, la visión de Meg se ensombreció, y gritó:
—Nathan,
¡detenlo! ¡detenlo!
Pasos
golpetearon por encima mientras Nathan se lanzaba por la puerta y atrapaba a
Robert cuando el niño estaba sólo a dos pasos de la calle, haciéndole caer de
una manera que garantizaba codos y rodillas amoratadas. Entonces Pete Denby
también estaba allí, y las chicas estaban llorando porque Pete estaba enojado y
Nathan estaba gruñendo... y el teléfono no dejaba de sonar y sonar.
El dolor en el
cuerpo de Meg se desvaneció de nuevo, dejándola con una sensación de debilidad,
pero la piel a lo largo del lado derecho de la mandíbula empezó a arder.
Centrada en
Pete y Nathan enfrentándose, tomó el auricular y dijo:
—¿Qué?
—¿Meg?
La voz
temblaba tanto que no estaba segura de haberla reconocido.
—¿Esperanza?
—Meg...
correr... ocultarse. Muerte.
—¿Esperanza,
qué... ?
—¡Corre!
—¿Esperanza?
¡Esperanza!
La chica ya no
estaba allí. Meg escuchó el tono de marcado, luego dejó caer de nuevo el
receptor en la base. Se precipitó a la sala de clasificación y cerró la puerta
privada.
Cualquiera que
fuera la visión que podría haber visto sobre Robert... Ya había pasado. Todavía
se sentía débil y enferma, pero no había ninguna punzada o zumbido en su zona
lumbar. El dolor estaba a lo largo de su mandíbula ahora, el punto donde había
soñado que se cortaba.
Correr. La orden que Esperanza gritó, le
ardía bajo su piel. ¿Pero correr de qué? Las cartas no suministrarían la
respuesta.
Meg abrió su
navaja de plata, colocó la hoja contra el lado derecho de su mandíbula, e hizo
un corte largo. Dejando a un lado la navaja, apoyó las manos sobre la mesa y se
tragó la agonía, así como las palabras con el fin de ver esta profecía.
Las imágenes
se apilaron como una serie de fotografías que se veían tan rápido que apenas
podía entender. Lobos. Sangre. Muerte. Eso era común en todas las imágenes.
Pero la tierra... lugares similares,
pero no los mismos lugares. Un mar de hierba. Cabañas construidas cerca de las
montañas. Más lugares que se convirtieron en un telón de fondo para la muerte.
Muchos más.
Por un
instante, vio a Simon en el Complejo Wolfgard, un lado de su cara cubierta de
sangre. Entonces vio... ella vio...
Alejándose de
la mesa, Meg se inclinó y vomitó en el suelo.
Correr. Ocultar
la manada.
—Sam, —
susurró.
Apartándose de
la suciedad, vio el teléfono en el mostrador. Había visto... Conocía ese
rostro.
La agenda
telefónica, recientemente adquirida en Las
Tres P, estaba al lado del teléfono. Meg fue a la sección W y llamó al
número.
—Almacén de ramos generales Walker. Jesse
al habla.
Se obligó a
pronunciar las palabras.
—Soy Meg
Corbyn.
—¿Meg?
Si no se iba
de allí pronto, algo dentro de ella se rompería. Aún así, se esforzó para
diseñar las imágenes de una manera que Jesse Walker pudiera comprender.
—Bisonte.
Rifle. Muerte. Lobos. Trampa. Muerte. Cuerpos. Cuerpos. La cara de Joe. Fuego,
fuego, fuego.
—¿Meg? —
Alarmada ahora.
Las imágenes
nadaban delante de sus ojos, demasiado horribles para soportar.
—Correr. Ocultar
los cachorros. Ocultar los niños. Correr. ¡Correr!
El miedo la
estimuló, y Meg siguió su propia advertencia. Tomó las llaves de su Bow de su
bolso y salió corriendo por la puerta de atrás, chocando con Vlad, pero incapaz
de parar, incapaz de hablar. Ella abrió la puerta del garaje, saltó en su Bow,
y por poco no atropella a Simon mientras se retiraba.
—¡Meg! — Gritó
Simon.
Ella lo miró,
tratando de encontrar las palabras, y sólo pudo encontrar una.
—¡Corre!
Ella pisó el
pedal acelerador, inclinando al doblar la esquina, y se dirigió hacia el
Complejo Wolfgard tan rápido como el pequeño vehículo podría ir.
Ouch... Correr... Correr... Cada vez está mas interesante.
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