DOS
Samuel
En la noche
más corta del año, cuando la luna llena flotaba en el cielo, mi abuela vino a
nosotros. Yo había regresado a mis deberes como sanador del pueblo, así que ni
siquiera había pensado en no responder a un golpe en la oscuridad de la noche.
Papá se había acostumbrado a las citaciones en mitad de la noche, que eran
muchas para un sanador. No se movió, aunque estaba seguro de que estaba
despierto.
Abrí la puerta
a una extraña. Ella era una mujer joven de aspecto salvaje con el pelo que
fluía en descuidadas trenzas enredadas, que le llegaban hasta la parte
posterior de sus rodillas. Su cara era extraña y tan hermosa que no le presté
mucha atención a la bestia agachada a su lado, aunque era enorme.
—El hijo, —me
dijo ella. «La magia fluyó con fuerza en ti».
Su voz resonó en mi cabeza.
—No, —dijo mi
padre, que se había levantado de golpe cuando abrí la puerta. Se interpuso
entre nosotros—. No lo vas a tener.
—No debiste
haber escapado, —le dijo ella—. Pero te perdono porque has traído un regalo
contigo.
—Nunca te
serviré de buen grado, Madre, —dijo papá en una voz que nunca la escuche de él
antes—. Te dije que terminamos.
—Hablas como
si te hubiera dado una opción, —le dijo. Miró hacia abajo, y la bestia que
había tomado por un perro se lanzó sobre mi padre.
Agarré el
garrote que mantenía junto a la puerta, pero la bestia era más rápida que yo.
Tuvo tiempo para enterrar sus colmillos en el intestino de papá y sacudirse
entre nosotros. La única razón por la que no le asesté un golpe en la cabeza de
papá, fue porque se me cayó el garrote a mitad del golpe. Y después de eso, no
hubo ninguna posibilidad de luchar.
*****
Ella nos
convirtió en monstruos -hombres lobo-, aunque no escuche ese término en muchos
años. Ella nos ligó a su servicio por medio de la brujería y más cruelmente a
través de su capacidad para entrar en nuestra mente, en eso tuvo más problemas
con papá que con el resto de sus lobos. A pesar de que parecía una mujer joven
para todos mis sentidos, creo que tenía siglos de vida cuando vino a llamar a
mi puerta.
La primera
transformación de humano a hombre lobo es dura en las mejores circunstancias.
Ahora sé que la mayoría de las personas atacadas brutalmente, lo suficiente
para Cambiar, morían. La bruja tenía alguna forma de interferir, para mantener
a sus víctimas con vida hasta que se convirtieran en las bestias que deseaba.
Aun así, me habría muerto si papá no me hubiera anclado. Escuche su voz en mi
cabeza, fría y exigente, y que tuve que obedecerle, tenía que vivir. Que fuera
capaz de hacer eso mientras se sometía a un destino como el mío, era un
pantallazo del hombre que mi padre era. El que yo viviera fue algo que me llevó
mucho tiempo perdonarle.
No sé, ni
quiero saber, cuánto tiempo viví como un hombre lobo al servicio de mi abuela.
Podría haber pasado una década o siglos, aunque creo que estaba más cerca de lo
segundo que de lo primero. Tiempo suficiente para que olvidara mi nombre de
pila. Deliberadamente lo dejé atrás porque ya no era esa persona, pero no había
pensado que lo perdería todo. Mi nombre no fue lo único recuerdo que perdí.
Ya no
recordaba la cara de mi primera esposa o las caras de mis hijos. Aunque a veces
en sueños, incluso después de todos estos siglos, oigo el grito: ¡Taid! ¡Taid[1]!
Como un niño llamando a su padre. La voz, creo, es la de mi hijo mayor. En
el sueño, él se pierde, y no lo puedo encontrar, no importa donde busque.
A papá le
gusta decir que a veces el olvido es un regalo. Tal vez si lo hubiera recordado
todo con claridad, recordado lo que una vez supe tener, no habría sobrevivido
mi tiempo al servicio de la bruja. Aprendí a vivir en el presente, y el lobo que
compartía mi cuerpo y alma lo hacía fácil: una bestia no siente ningún
remordimiento por el pasado ni esperanza por el futuro.
[1]
Taid: Aunque no estamos 100% seguras, suponemos que se refiere a Abuelo en
Gales, y como sabemos que Bran es gales, apostamos que eso es lo que la autora
quiso decir. (N. de T.)
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