Capítulo 2
1-Terreille
En el
crepúsculo del otoño, Saetan estudió el santuario, un lugar olvidado de piedra
desmoronada, lleno de bichos pequeños y recuerdos. Sin embargo, dentro de este
lugar resquebrajado estaba un Altar Oscuro, una de las trece puertas que unía
los Reinos de Terreille, Kaeleer, y el Infierno.
El Altar de
Cassandra.
Envuelto en un
escudo de invisibilidad y un escudo psíquico Negro, Saetan se arrastró por las
estériles habitaciones exteriores, bordeando los charcos de agua que dejó la
tormenta de la tarde. Un ratón, en busca de alimento entre las piedras caídas,
no detectó su presencia al pasar. La Bruja que vivía en este laberinto de
habitaciones no lo sentiría tampoco. A pesar de que ambos eran portadores de
Joyas Negras, su fuerza era sólo un poco más oscura, sólo un poco más profunda
que la de ella.
Saetan se
detuvo en la puerta de la habitación. Las cubiertas de la cama parecían
bastante nuevas. Lo mismo las cortinas pesadas, que caían de la ventana. Las
iba a necesitar cuando descansara durante las horas diurnas.
Al comienzo de
la media-vida, los cuerpos de los Guardianes conservaban muchas de las
capacidades de los vivos. Ingerían alimentos como los vivos, bebían sangre como
los demonios-muertos, y podían caminar en la luz del día, a pesar de que
preferían el crepúsculo y la noche. Con el paso de los siglos, la necesidad de sustento disminuía hasta que
sólo el yarbarah, el vino de sangre, era necesario. La preferencia por la
oscuridad se convertía en necesidad ya que la luz del día les drenaba la fuerza
causándoles dolor físico.
La encontró en
la cocina, tarareando fuera de tono mientras tomaba una copa de vino de la
alacena. Su vestimenta, de color de barro, estaba manchada de suciedad. Su
largo cabello trenzado, estaba apagado ahora en un rojo polvoriento, velado con
telarañas. Cuando se volvió hacia la puerta, aún inconsciente de su presencia,
la luz del fuego le suavizó la mayor parte de los rasgos del rostro, rasgos que
él conocía, porque estaban en el retrato que colgaba en su estudio privado, el
retrato que conocía tan bien. Había envejecido desde la muerte, que no fue una
muerte.
Pero así
estuvo para él.
Dejó caer el
escudo de invisibilidad y el psíquico.
La copa se
hizo añicos en el suelo.
—¿Practicando
el Arte del hogar, Cassandra?
—preguntó suavemente, luchando para aplacar la abrumadora sensación de
traición.
Ella se alejó
de él.
—Debí
imaginarme que ella te lo diría.
—Sí, debisteis
hacerlo. También deberías haber supuesto que vendría. —Arrojó su capa sobre una
silla de madera, con gravedad, divertido por la forma en que sus ojos esmeralda
se abrieron cuando se dio cuenta de cómo en gran medida se apoyaba en el
bastón—. Soy viejo, Señora. Muy inofensivo.
—Nunca has
sido inofensivo, —dijo con aspereza.
—Es cierto,
pero nunca os ha importado cuando teníais un uso para mí. —Miró hacia otro lado
cuando ella no respondió—. ¿Me odiáis tanto?
Cassandra fue
hacia él.
—Nunca te he
odiado, Saetan. Yo...
Te tenía miedo.
Las palabras
quedaron flotando entre ellos, sin ser dichas.
Cassandra
desvaneció la copa de vino rota.
—¿Queréis un
poco de vino? No hay yarbarah, pero tengo un poco de rojo decente.
Saetan se
instaló en una silla junto a la mesa de pino.
—¿Por qué no estáis
bebiendo yarbarah?
Cassandra
trajo una botella y dos copas a la mesa.
—Es difícil de
encontrarlo aquí.
—Os enviaré
algunos para ti.
Bebieron el
primer vaso de vino en silencio.
—¿Por qué?
—preguntó él finalmente.
Cassandra
jugueteó con su copa de vino.
—La Reinas portadoras
de la Joya Negra son pocas y distantes entre sí. No había nadie que me ayudara cuando
me convertí en Bruja, nadie con quien hablar, nadie que me ayudara a prepararme
para los cambios drásticos en mi vida después de que hice la Ofrenda. —Ella se
rió sin humor—. No tenía idea de lo que significaba ser Bruja. No quería ser la
siguiente en atravesar por la misma cosa.
—Podrías
haberme dicho que pretendíais convertiros en Guardián en lugar de fingir la
muerte final.
—¿Y tenerte
alrededor como el leal Consorte, fiel a una Reina que ya no necesitaba uno?
Saetan volvió
a llenar los vasos.
—Podría haber
sido un amigo. O bien, podrías haberme despedido de tu corte si es eso lo que queríais.
—¿Despedirte?
¿a ti? Eras... eres... Saetan, el Príncipe de la Oscuridad, el Lord Supremo del
Infierno. Nadie te descarta. Ni siquiera la Bruja.
Saetan se la
quedó mirando.
—Maldita seáis,
—dijo con amargura.
Cassandra
sacudió con cansancio un pelo suelto en la cara.
—Está hecho,
Saetan. Fue varias vidas atrás. Hay una niña en quien pensar ahora.
Saetan observó
el fuego ardiendo en la chimenea. Ella tenía derecho a su propia vida, y
ciertamente no era responsable de la suya, pero ella no entendía o no quería
entender, lo que la amistad podría haber significado para él. Incluso si nunca
la hubiera visto de nuevo, saber que todavía existía, habría aliviado algo del
vacío. ¿Se habría casado con Hekatah si no se hubiera sentido tan
desesperadamente solo?
Cassandra
entrelazó sus dedos alrededor de su copa.
—¿La habéis
visto?
Saetan pensó
en su estudio y resopló.
—Sí, la he
visto. Seguro que sí.
—Ella va a ser
la Bruja. Estoy segura de ello.
—¿Va a ser?
—Los ojos dorados de Saetan se estrecharon—. ¿A qué os réferis con va a
ser? ¿Hablamos de la misma niña? ¿Jaenelle?
—Por supuesto
que estamos hablando de Jaenelle, —espetó.
—Ella no va a ser la Bruja, Cassandra. Ella ya es la Bruja.
Cassandra negó
con la cabeza vigorosamente.
—No es posible.
La Bruja siempre porta la Joya Negra.
—Igual que la
hija de mi alma, —Saetan respondió en voz demasiado baja.
Tardó un rato
en entender. Cuando lo hizo, levantó la copa de vino con manos temblorosas y la
vació.
—¿Cómo lo
sa...?
—Me mostró las
Joyas con las que fue dotada. Un conjunto completo sin cortar de Joyas claras
-y fue la primera vez en la que alguna vez escuche a alguien referirse a la
Joya Gris Ébano como una de las claras- y trece Negras sin cortar.
El rostro de
Cassandra se volvió gris. Saetan frotó suavemente sus manos heladas, preocupado
por la conmoción en sus ojos. Ella fue quien vio a la niña por vez primera en
su maraña. Ella fue quien le contó al respecto. ¿Acaso sólo vio a la Bruja,
pero sin entender lo que venía?
Saetan puso un
hechizo de calentamiento en su capa y la envolvió con ella, después calentó
otra copa de vino con una pequeña lengua de Fuego de Brujas. Cuando los dientes
le dejaron de traquetear, regresó a su propia silla.
Sus ojos
esmeralda hicieron la pregunta que no podía poner en palabras.
—Lorn, —dijo
en voz baja—. Obtuvo las Joyas de Lorn. —Casandra se estremeció.
—Madre Noche.
—Ella sacudió su cabeza—. No se suponía que iba a ser así, Saetan. ¿Cómo vamos
a controlarla?
Su mano se
sacudió cuando volvió a llenar el vaso. Vino salpicó sobre la mesa.
—No tenemos
control sobre ella. Ni siquiera vamos a intentarlo.
Cassandra
golpeó la palma de la mano sobre la mesa.
—¡Es una niña!
Demasiado joven para entender tanto poder, y no está emocionalmente preparada
para aceptar las responsabilidades que vienen con él. A su edad, es demasiado
abierta a la influencia.
Casi se le
preguntó a qué influencia temía, pero la cara de Hekatah le vino a la mente.
Bonita, encantadora, intrigante, maliciosa Hekatah, que se había casado con él
porque pensó que la haría la Suma Sacerdotisa de Terreille al menos o,
posiblemente la hembra dominante en los tres Reinos. Cuando se negó a plegarse
a sus deseos, lo intentó por su cuenta causando la guerra entre Terreille y
Kaeleer, una guerra que dejó a Terreille devastada por siglos y fue la razón
por la cual muchas de las razas Kaeleer cerraron sus tierras a los extranjeros
y nunca fueron vistos o escuchados de nuevo.
Si Hekatah
posara sus garras en Jaenelle y moldeara a la chica a su propia imagen
codiciosa, ambiciosa...
—Hay que
controlarla, Saetan, —dijo Cassandra, observándolo.
Saetan negó
con la cabeza.
—Incluso si
estuviera dispuesto, no creo que pueda. Hay una niebla suave alrededor de ella,
un dulce, negra niebla fría. No estoy seguro, aún joven como es, que me
gustaría averiguar lo que se encuentra debajo de ella sin su invitación.
—Molesto por la forma en que Cassandra siguió mirándolo, Saetan dio un vistazo
a la cocina y se dio cuenta de un dibujo burdo clavado en la pared—. ¿Dónde sacasteis
eso?
—¿Qué? Ah,
Jaenelle me lo dejó hace unos días y me pidió mantenerlo. Parece que estaba
jugando en casa de un amigo y no quería llevar el dibujo a casa. —Cassandra metió los mechones de pelos salidos
de nuevo en su trenza—. Saetan, dices que hay una niebla suave alrededor de
ella. Hay una neblina alrededor de Beldon
Mor, también.
Saetan frunció
el ceño. ¿Qué le importaba el clima en alguna ciudad? Ese cuadro cargaba una
respuesta, si pudiera averiguarla.
—Una niebla
psíquica, —dijo Cassandra, golpeando con los nudillos sobre la mesa—, que
mantiene a los demonios y Guardianes fuera.
Saetan prestó
atención de golpe.
—¿Dónde está
Beldon Mor?
—En Chaillot.
Esa es una isla al oeste de aquí. Se puede ver desde la colina detrás del
santuario. Beldon Mor es la capital. Creo que Jaenelle vive allí. Traté de
encontrar una manera de entrar...
Ahora tenía
toda su atención.
—¿Estáis loca?
—Se pasó los dedos por el pelo negro—. Si está haciendo tanto esfuerzo para
conservar su privacidad, ¿por qué estáis tratando de invadirla?
—Debido a lo
que es, —dijo Cassandra con los dientes apretados—. Pensé que sería obvio.
—No invadas su
privacidad, Cassandra. No le des una razón para desconfiar de ti. Y la razón
para ello debería ser obvia, también.
Pasaron unos
minutos en tenso silencio.
La atención de
Saetan cayó de nuevo a la imagen. Un uso creativo de los colores vivos, incluso
si no podía averiguar lo que se suponía que era. ¿Cómo una niña capaz de crear
mariposas, mover una estructura del tamaño del Hall, y crear un escudo psíquico
que sólo mantenía a específicos de seres, fuera tan inútil en el Arte básica?
—Es torpe,
—Saetan susurró mientras sus ojos se abrieron.
Cassandra lo
miró con cansancio.
—Es una niña,
Saetan. No podéis esperar que tenga la formación o el control...
Ella gritó
cuando la agarró del brazo.
—¡Pero de eso
se trata! Para Jaenelle, hacer cosas que requieran enormes gastos de energía
psíquica es como darle un pedazo grande de papel y palillos de colores en los
que puede envolver el puño. Las cosas pequeñas, las cosas básicas con las que
solemos comenzar, porque no requieren una gran cantidad de fuerza, es como
pedirle que use un simple cepillo de pelo. No tiene el control físico o mental,
aún, para hacerlo. —Cayó en la silla, exultante.
—Maravilloso,
—Cassandra dijo con sarcasmo—. Así que no puede mover los muebles alrededor de
una habitación, pero puede destruir todo un continente.
—Nunca haría
eso. No está en su temperamento.
—¿Cómo podéis
estar seguro? ¿Cómo vais a controlarla?
Ya estaban otra
vez con lo mismo.
Tomó su capa
de nuevo y la colocó sobre sus hombros.
—No voy a
controlarla, Cassandra. Ella es la Bruja. Ningún varón tiene el derecho de
controlar a la Bruja.
Cassandra lo
estudió.
—Entonces,
¿qué vais a hacer?
Saetan recogió
su bastón.
—Quererla. Eso
tendrá que ser suficiente.
—¿Y si no lo
es?
—Tendrá que
serlo. —Se detuvo en la puerta de la cocina—. ¿Puedo veros de vez en cuando?
Su sonrisa no
alcanzó a sus ojos.
—Los amigos lo
hacen.
Abandonó el
santuario con sensación de júbilo y magullado. Había amado a Cassandra muy caro
una vez, pero no tenía derecho a pedir nada de ella, salvo lo que el Protocolo
dictaba que un Príncipe Warlord podría pedir a una Reina.
Además,
Cassandra era su pasado. Jaenelle, que la Oscuridad lo ayudara, era su futuro.
Gracias por este nuevo capitulo, ustedes alegran mis noches, besos chicas. Estuvo emocionante el capítulo, aunque tengo muchos nombres que recordar jajajaja.
ResponderEliminarFina. Hola mil gracias por el capitulo, esta buenísimo, gracias por su trabajo, besos
ResponderEliminarChicas, una y otra vez... gracias!! Son fantásticas chicas!! Un gran abrazo y espero con mucha ilusión continuar leyendo más de Anne Bishop. :)
ResponderEliminarChicas, continuarán con el proyecto?
ResponderEliminarmuy bueno el capitulo con ganas de mas ojala continuen pronto con este proyecto :)
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