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miércoles, 22 de julio de 2015

Adelanto Capítulo 1 (cuarta parte): Hija de la Sangre - Anne Bishop




Una vez, los Sangre habían gobernado honorablemente y bien. Los pueblos de la Sangre dentro de un distrito se cuidaban entre ellos, y se trataban de manera justa, los pueblos landen estaban atados a ellos. El Distrito de la Reina servía en las cortes de la Provincia de la Reina. La Provincia de la Reina, a su vez, servía al Territorio de la Reina, que era elegido por la mayoría de los Sangre portadores de las Joyas más oscuras, tanto hombres como mujeres, porque eran los más fuertes y los mejores.

En aquel entonces, no había necesidad de recurrir a la esclavitud para controlar a los varones fuertes. Seguían con sus corazones a la Reina que era adecuada para ellos. Ellos entregaban sus vidas por voluntad propia. Servían libremente.

En aquel entonces, el complicado triángulo del estatus de los Sangre no se había inclinado tan fuertemente en el rango social. El rango de las Joyas y las castas pesaban con el mismo peso en la balanza, si no más. Ese mentado control de su sociedad era un baile fluido, con la ventaja de que cambiaba constantemente en función de los bailarines. Pero en el centro de esa danza, siempre, estaba la Reina.

Ese fue la genialidad y la falla en las purgas de Dorothea. Sin ningún tipo de Reina fuerte para desafiar su ascenso al poder, había esperado que los varones se entregaran a ella -una Sacerdotisa-, de la misma manera que se entregaban a una Reina. No lo hicieron. Así que un tipo diferente de purga comenzó, y para cuando se hizo, Dorothea tenía las armas más afiladas de todas: varones asustados que despojaron a cualquier fémina más débil de su poder con el fin de sentirse fuertes y féminas temerosas que Anillaban a los potencialmente fuertes varones, antes de que pudieran convertirse en una amenaza.

El resultado fue una espiral de perversión de su sociedad, con Dorothea en su centro, siendo tanto el instrumento de destrucción como el único refugio seguro.

Y luego se extendió hacia el exterior, en los otros territorios. Había visto esas otras tierras y a la gente poco a poco desmoronarse, aplastados bajo los implacable Hayll, susurrando perversiones en los caminos de la Sangre. Había visto a Reinas fuertes, que se acostaron demasiado jóvenes, levantarse de su Noche Virginal rotas e inútiles.

Lo había visto y se lamentó por ello, furioso y frustrado porque pudo hacer muy poco para detenerlo. Un bastardo no tenía posición social. Un esclavo tenía incluso menos, no importaba la casta en la que había nacido o que Joyas portaba. Así que, mientras Dorothea jugaba su juego de poder, él jugaba el suyo. Ella destruyó a los Sangre que se le opusieron. Él destruyó a los Sangre que la siguieron.

Al final, ella iba a ganar. Él lo sabía. Había muy pocos territorios que no vivían en la sombra de Hayll ahora. Askavi se había abierto de piernas a Hayll hace siglos. Dhemlan era el único territorio en la parte oriental del reino, que todavía estaba luchando con sus últimos alientos para mantenerse libre de la influencia de Dorothea. Y había un puñado de pequeños territorios en el lejano oeste que no estaban completamente atrapados todavía.

En otro siglo, dos a lo sumo, Dorothea lograría su ambición. La sombra de Hayll cubriría todo el reino y ella sería la Sacerdotisa, la gobernante absoluta de Terreille, que una vez fue llamado el Reino de la Luz.

Daemon desapareció el cigarrillo y se abotonó la camisa. Todavía tenía que atender a Marissa, la hija de Maris, antes de que pudiera dormir un poco.

Sólo había dado unos pasos cuando una mente rozó la suya, exigiendo su atención. Se alejó de la casa y siguió el tirón mental. No había duda en el remitente psíquico, esos pensamientos enredados e imágenes inconexas.

¿Qué estaba haciendo ella aquí?

El tirón se detuvo al llegar a los pequeños bosques en el otro extremo de los jardines.

—¿Tersa? — llamó en voz baja.

Los arbustos junto a él crujieron y una mano huesuda se cerró en su muñeca.
—Por aquí, — dijo Tersa, tirando de él por un camino—. La red es frágil.

—Tersa... — Daemon medio esquivó una rama baja que le dio una palmada en la cara e hizo que su brazo tironeara por el esfuerzo—. Tersa...

—Silencio, muchacho, — dijo ella con fuerza, lo arrastró para seguir de largo. Él se concentró en esquivar ramas y evitar raíces que trataban de hacerlo tropezar. Apretando los dientes, se obligó a ignorar el vestido hecho jirones que vestía su cuerpo medio muerto de hambre. Como criatura del Reino Retorcido, Tersa era medio salvaje, veía el mundo con formas grises fantasmales a través de los fragmentos de lo que había sido. La experiencia le había enseñado que cuando Tersa se rendía a sus visiones, era inútil hablar con ella sobre cosas mundanas como comida, ropa y seguras, camas calientes.

Llegaron a una abertura en el bosque, donde una losa plana de piedra descansaba encima de otras dos. Daemon se preguntó si era natural o si Tersa lo había construido como un altar en miniatura.

La losa estaba vacía excepto por un marco de madera que mantenía enmarañada la red de la Viuda Negro. Inquieto, Daemon se frotó la muñeca y esperó.

—Mira,— Tersa mandató. Ella chasqueó la uña del dedo pulgar de la mano izquierda contra la uña del dedo índice. La uña del índice cambió a una punta afilada. Ella pinchó el dedo del medio de su mano derecha, y dejó que una gota de sangre cayera sobre cada una de las cuatro líneas de amarre que sostenían la tela en el bastidor. La sangre corría por las líneas superiores y hasta las inferiores. Cuando se encontraron en el medio, los hilos de la telaraña de la red brillaron.

Una niebla arremolinada apareció frente al marco y se transformó en un cáliz de cristal.

El cáliz era simple. La mayoría de los hombres lo habrían llamado sencillo. Daemon pensó que era elegante y hermoso. Pero fue lo que el cáliz sostenía lo que lo atrajo hacia el altar improvisado.

El rayo de niebla negra en el cáliz contenía poder que se deslizó a lo largo de sus nervios, serpenteó alrededor de su columna vertebral, y buscó su liberación en el incendio repentino en sus entrañas. Era una fuerza fundida, catastrófica en intensidad, salvaje más allá de la comprensión de un hombre... y él la quiso con todo su ser.

—Mira,— dijo Tersa, señalando a los bordes del cáliz.

Una fisura corría desde una astilla en el borde del cáliz hasta la base. Mientras Daemon observaba, una grieta profunda apareció.

La niebla se arremolinaba dentro del cáliz. Un zarcillo pasó a través del cristal en la parte inferior en el tallo.

Demasiado frágil, pensó mientras aparecían más y más grietas. El cáliz era demasiado frágil para sostener ese tipo de poder.

Luego miró más de cerca.

Las grietas empezaban desde el exterior hacia adentro, no empezaban desde el interior y salían. Así que estaba amenazado por algo más allá de sí mismo.

Se estremeció al ver más niebla fluir dentro del tallo. Era una visión. No había nada que pudiera hacer para cambiar una visión. Pero todo en él le gritaba que hiciera algo, que lo rodeara con su fuerza  y lo abrigara, lo protegiera, que lo mantuviera a salvo.

Sabiendo que no iba a cambiar nada de lo que pasara ahí y ahora, aún así alcanzó el cáliz,

Se rompió antes de que lo tocara, rociando fragmentos de cristal sobre el altar improvisado.

Tersa levantó lo que quedaba de la copa destrozada. Un poco de niebla aún se arremolinaba dentro de la parte inferior hasta los bordes dentados del cáliz. La mayor parte estaba atrapada en el interior del tallo.

Ella lo miró con tristeza.
—La red interior puede romperse sin romper el cáliz. El cáliz puede ser destruido sin romper la red interior. No pueden llegar a la red interna, pero el cáliz...

Daemon se humedeció los labios. No podía dejar de temblar.
—Sé que la red interior es otro nombre para nuestro núcleo, el Ser que puede aprovechar el poder dentro de nosotros. Pero no sé lo que significa el cáliz.

La mano le temblaba un poco.
—Tersa es un cáliz roto. — Daemon cerró los ojos. Un cáliz destrozado. Una mente destrozada. Ella estaba hablando de la locura—. Dame la mano, — dijo Tersa.

Demasiado nervioso para interrogarla, Daemon le tendió la mano izquierda.

Tersa la agarró, tiró de él hacia delante, y cortó su muñeca con borde dentado del cáliz.

Demonio apretó la mano sobre su muñeca y se la quedó mirando, asombrado.

—Para que nunca olvides esta noche, — dijo Tersa, con voz temblorosa—. Esa cicatriz nunca te dejará.

Daemon anudó un pañuelo alrededor de su muñeca.
—¿Por qué una cicatriz es importante?

—Te lo dije. Así que no lo olvides. —Tersa cortó los hilos de la tela enredada con el cáliz destrozado. Cuando el último hilo se rompió, el cáliz y la red se desvanecieron—. Yo no sé si esto será o si podrá ser. Muchos hilos en la red no son visibles para mí. Que la oscuridad te de coraje si la necesitas, cuando la necesites.

—¿El coraje para qué?

Tersa se alejó.

—¡Tersa!

Tersa le devolvió la mirada, dijo tres palabras, y desapareció.

Las piernas de Daemon se doblaron. Se acurrucó en el suelo, respirando con dificultad, temblando del miedo que arañaba su vientre.

¿Qué tenía que ver lo uno con lo otro? Nada ¡nada! Él estaría allí, un protector, un escudo. ¡Él lo haría!

¿Pero dónde?

Daemon se obligó a respirar de manera uniforme. Esa era la pregunta. Dónde.

Ciertamente no en la corte de Maris.

Era tarde por la mañana antes de regresar a la casa, dolorido y sucio. Su muñeca palpitaba y su cabeza palpitaba sin piedad. Acababa de llegar a la terraza cuando la hija de Maris, Marissa, salió de la sala del jardín haciendo aspavientos y se plantó frente a él, con las manos en sus caderas, su expresión una mezcla de irritación y  hambre.

—Se suponía que acudirías a mi habitación la noche anterior y no lo hiciste. ¿Dónde has estado? Eres un tramposo. — Levantó sus hombros, mirándolo desde debajo de sus pestañas—. Has sido un travieso. Vas a tener que venir a mi habitación y darme explicaciones.

Daemon pasó junto a ella.
—Estoy cansado. Me voy a la cama.

—¡Vas a hacer lo que te digo! — Marissa le metió la mano entre sus piernas.

La mano del Daemon le apretó la muñeca de Marissa tan rápido y con tanta fuerza que ella estaba de rodillas, gimiendo de dolor antes de que se diera cuenta de lo que había pasado. Siguió apretando su muñeca hasta que los huesos amenazaron con romperse. Daemon le sonrió entonces, con esa fría, familiar, brutal sonrisa.

—Yo no soy "travieso". Los niños pequeños son traviesos. — La empujó lejos de él, pasando por encima de ella que yacía sobre las losas—. Y si alguna vez me tocas así de nuevo, voy a arrancarte la mano.

Caminó por los pasillos a su habitación, consciente de que los sirvientes se escabullían de su camino, de ese regusto de violencia que flotaba en el aire a su alrededor.

No le importa. Se fue a su habitación, se quitó la ropa, se acostó en su cama, y se quedó mirando el techo, aterrorizado de cerrar los ojos, porque cada vez que lo hacía, veía un cáliz de cristal roto.

Tres palabras.


Ella ha llegado.

2 comentarios:

  1. gracias por el adelanto ... sigo este libro también y me esta gustando mucho

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  2. Olá, meninas! Estou meio perdida... vocês pararam com a tradução?

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