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sábado, 11 de julio de 2015

Adelanto Capítulo 15 (primera parte): Visiones en Plata - Anne Bishop


Capítulo 15



Firesday 11 de Maius

—¿Por qué tengo que jugar con una humana? — Preguntó Sam otra vez cuando Meg abría la puerta trasera de Un Pequeño Bocado.

Ella se apartó de la puerta y se inclinó, apoyando sus manos en sus muslos para que ella y Sam estuvieran a la misma altura. Por la forma en que estaba creciendo, no tendría que hacerlo por mucho más tiempo. O tal vez este estirón podría estabilizarse pronto. Ninguno de los Otros hablaba acerca de cómo se veían los Terráneos antes de tomar una forma que los separaba en diferentes gard, dándoles a cada grupo rasgos particulares, pero Meg tenía la impresión de que el crecimiento de Sam, no estaba basado en cuán rápido o lento lobos o humanos crecían hasta alcanzar la madurez; estaba basado en cómo maduraba la misteriosa primera forma de los Terráneos.

—No vamos a jugar con ella, exactamente, — dijo Meg—. Sólo vamos a tomar un aperitivo y hacerle compañía hasta que llegue el Teniente Montgomery.

—¿Porque él es su sire?

—Sí. — Ella le tocó el brazo, mantuvo el contacto por un momento—. Ella está sola, Sam, y es demasiado joven para haber llegado tan lejos en un tren por su cuenta.

Simon no le había dicho mucho, pero le había dicho lo suficiente. Lizzy Montgomery podría no haber llegado a Lakeside si Nathan no hubiera estado en ese tren y tomado el mismo vagón.

Sam miró al suelo entre sus pies antes de preguntar en voz baja:
—¿Le ha pasado algo a su mamá?

Simon dijo que había un poco de sangre seca en el oso de juguete de Lizzy, pensó Meg. Sam es un cachorro de Lobo. Él está destinado a olerlo.

—No sabemos lo que pasó con la madre de Lizzy, — dijo—. Pero Simon y el Teniente Montgomery lo averiguarán.

Ahora él extendió la mano, un toque del dedo en el brazo.
—¿Vas a tener que sangrar?

Él no sabía nada de la adicción de las Casandra de sangre al corte, pero sí sabía que se cortaba con el fin de ver visiones.

—No. Lo que sea que hubiera pasado, ya pasó Yo... me corto... cuando es importante ver lo que podría suceder. Como cuando esos hombres atacaron el Courtyard y lo supe antes de que llegaran, y que tenías que quedarte con el Sr. Erebus porque estarías a salvo con él.

—Y supiste que esa caja de terrones de azúcar haría que los ponis se enfermaran.

—Sí.

Aparentemente satisfecho de que nada le pasaría a su manada, él miró su cabeza con desconcertante interés.

—¿Puedo sentir tu piel? — Preguntó.

—No es piel; es el pelo.

—UH Huh. ¿Puedo sentirlo?

Ya era bastante malo que ella misma se había sorprendido con este nuevo corte de pelo, pero además cada Lobo, Cuervo, Halcón, Búho, y Sanguinati que había visto ayer, la habían mirado fijamente. Jester Coyotegard había trotado desde el Establo Poni, para conseguir una mirada, y luego alegremente corrió de nuevo a informar a las chicas en el lago. Incluso los ponis, que eran los carteros del Courtyard y corceles de los Elementales, habían estado más interesados en chupetear lo que le quedaba de pelo, que en comer los trozos de zanahoria que tenía como regalo.

—¿Por qué? — Dijo—. Es el mismo que era antes.

—Uh-uuuh.

Meg resopló.
—Bien. Puedes sentirlo.

—Es suave y gruesa, — dijo Sam, pasándole la mano por el pelo—. Se siente como de Lobo.

El suave, y deliberado, arrastre de un zapato en el suelo, sonó justo detrás de ella.

Meg se levantó de golpe y se dio la vuelta.

—Simon. — Ella intentó y falló en recordar una imagen de formación, que hiciera juego con la expresión de su cara. ¿Desconcertado, molesto con un toque de sentimientos heridos?

—Espéranos dentro, cachorro, —dijo—. Y no cambies en frente de la pequeña humana.

Soltó un gran suspiro entrecortado. Luego, después de haber dejado claro su opinión sobre ser puesto para entretener a una humana, Sam abrió la puerta y entró Un Pequeño Bocado.

—Debería... — Meg señaló la puerta.

—¿Me gruñiste, porque quise sentir tu pelo, pero que ni siquiera murmuraste contra él?

Sin duda algunos sentimientos heridos.

—¡Es un cachorro! — Protestó.

—¿Y?

—Bueno... pero...

—Yo no te gruño cuando quieres acariciar mi piel, — dijo Simon.

—Pero... ¡eso es diferente!

—¿Cómo?

Meg abrió la boca para explicar exactamente cómo era diferente, y no se le ocurría nada que decir. Era diferente, ¿no? Él nunca se oponía cuando pasaba los dedos por su piel. Él era un Lobo. Y era esponjoso. Menos esponjoso ahora que se había quitado el abrigo de invierno, ¡pero seguía siéndolo!

¿Había estado entrometiéndose en lo que un artículo de una revista llamaba; espacio personal, sin darse cuenta? Nunca había objetado, pero nunca le había dado su permiso para acariciarlo.

Ella lo miró con paciencia esperando una explicación y se dio cuenta que no veía una diferencia entre su curiosidad táctil y la de ella. Y ahora mismo no podía averiguar la diferencia tampoco.

—Bien,— murmuró.

No era como el toque de Sam. La mano más grande de Simon se movió lentamente por la cabeza, los dedos fuertes encontraron el lugar detrás de la oreja, donde los músculos estaban tensos. Presionando. Moviéndose en círculos. Persuadiendo a los músculos a ceder y relajarse.

Se tambaleó. Ni siquiera se dio cuenta de que él se había movido hasta que su frente descansó sobre su pecho.

—Ah, — ella respiró—. No me extraña que sólo te quedes tendido cuando estamos viendo una película.

Su aliento le revolvió el pelo cuando dijo entre risas:
—Bueno, sí.

Demasiado pronto Simon bajó la mano y dio un paso atrás.
—Sam se impacienta y siente curiosidad ahora que ha conseguido un vistazo a la Lizzy. Vamos. La Lizzy no le diría a Nathan lo que le pasó a su madre, pero puede ser que te lo diga a ti.

Meg asintió y entró en Un Pequeño Bocado.

No sólo Lizzy, la Lizzy.

Ruth era la que se había dado cuenta de que los Terráneos tenía una jerarquía verbal que usaban cuando hablaban de los humanos, una forma de indicar el grado de interacción con un individuo. Ruth había sido la Ruthie cuando era una cliente en Aullidos, Buena Lectura, pero desde que había empezado a trabajar en el Courtyard, era sólo Ruthie. Meg era Meg, la Meg, o nuestra Meg dependiendo de quién estaba hablando con ella o sobre ella.

Y los humanos que a los Otros no les gustaban tenían "Ese" añadido a su nombre.

Simon entró detrás de ella y le dio un empujoncito, que la hizo darse cuenta de que había dejado de moverse mientras meditaba sobre las distinciones de los nombres.

Mientras caminaba por el pasillo que conducía desde la puerta trasera a la parte delantera de la tienda, se imaginó el área de clientes de Un Pequeño Bocado, con sus mesas y el mostrador donde Tess trabajaba. Se imaginó a Sam sentado en una de las mesas. No había visto a Lizzy todavía, así que ella recordó una imagen de formación de una chica joven. Ahora tenía una idea de qué esperar.

Entonces oyó una voz femenina joven diciendo:
—¡Perro malo! — Oyó el golpe de dos cosas conectándose, seguido de un grito. Y luego a Saltarín retorciéndose por el pasillo y casi derribándola en su prisa por escapar.

—Tienes que lidiar con eso, — dijo Simon, dándole otro empujón. Se dio la vuelta y salió por la puerta de atrás con Saltarín.

¿Lidiar con qué? ¿Con cuántas cosas lidiaba porque Simon asumía que podía? ¿Y de cuántas cosas se había ocupado porque no quería que Simon supiera que no podía?

Algo para meditar otro día.

Sacudiendo la cabeza, Meg entró en la habitación del frente de la cafetería.

—Estoy haciendo sándwiches tostado de queso, — dijo Tess—. Tú eres el referente. Puedes decirle a la señorita Lizzy que Oso Boo no va a tener su propio sándwich. Tendrá que conformarse con un bocado del de ella.

Puesto que el pelo de Tess era verde y ondulado, Meg no discutió y no le pidió explicarse. Pero se preguntó por qué nadie le había mencionado que un miembro de los Beargard estaba visitando el Courtyard.

Sam, que había estado de pie cerca del mostrador, agarró la mano de Meg y le susurró en voz alta:
—Ella golpeó a Saltarín. Con un oso.

El cachorro sonaba impresionado. Meg se sintió confundida.

Incapaz de recordar alguna imagen de formación que coincidiera con lo que Sam decía, ella susurró:
—Vamos, vamos a presentarnos. — Aferrándose a su mano, se acercó a la mesa donde la niña los miraba—. Soy Meg. Este es Sam. ¿Podemos sentarnos contigo?

La niña asintió.
—Soy Lizzy. Él es Oso Boo.

Mirando a Oso Boo, Meg comprendió por qué no iba a tener su propio sándwich. Sólo esperaba que Lizzy comprendiera la diferencia entre Oso Bear y un oso real.

Tess se acercó y puso dos platos en la mesa. Ambos tenían un sándwich tostado de queso, cortado a la mitad y un racimo de uvas rojas.
—Ya te traigo el tuyo, — le dijo a Meg. Luego miró a Lizzy y Sam.— Siéntense. Coman. Traten de no causar ningún motín.

¿Se supone que eso fue una broma? Meg se preguntó.

Sam se sentó en el borde de una silla, con un pie en el suelo en caso de que necesitara hacer una escapada rápida. Cogió la mitad de su sándwich y le dio un mordisco, observando todo el rato a la niña y el oso.

Meg se sentó y dio las gracias a Tess cuando el tercer plato y tres vasos de agua se colocaron sobre la mesa. Durante un minuto, saboreó la experiencia de comer, el sabor y la textura de pan tostado con queso derretido, la dulzura de las uvas frescas.

Después de que hubo comido la mitad del sándwich, se centró en la niña. ¿Qué podía decir? ¿Qué podía hacer? ¿Y si algo malo había sucedido?

Por supuesto que algo malo sucedió, pensó Meg. Lizzy está aquí, sola. Casi. Los policías deben ser quienes pregunten sobre eso. Pero tengo que decir algo.

Entonces supo exactamente qué decir, porque había tenido una experiencia similar, unos meses atrás.

—¿Qué te pareció viajar en el tren? — Preguntó Meg. Ella dirigió la pregunta a Lizzy, pero se sentía como si estuviera hablando con el equipo de Lizzy y Oso Boo.

Lizzy dio un mordisco a su bocadillo antes de poner el pan tostado con queso contra el lugar donde la boca del Oso Boo estaba. Cuando levantó el sándwich para tomar otro bocado, Meg trató de ignorar las migas de pan tostado y pedazos de queso pegados en la piel.

—Estuvo bien, —dijo Lizzy—. Oso Boo tuvo un poco de miedo, porque había un mal hombre en el tren. Pero el policía Lobo lo expulso.

Meg parpadeó.
—¿El qué?


Mientras devoraban los sándwiches, la historia de Nathan asustando al mal hombre, le dio el pie a Sam para hablar de la película del Equipo Lobo, que había visto recientemente. Al principio Meg se preguntó si la historia era demasiado sanguinaria para la edad de una humana como Lizzy. Después de todo, a ella, ver esas películas le daban miedo. Sin embargo, después de unos minutos de escuchar a los dos niños discutir sobre quién era más fuerte, si el Equipo Lobo o un grupo de chicas que sonaban más como diminutas Elementales, que jóvenes humanas con poderes especiales, Meg no estaba segura de si el término "sanguinario" se debía aplicar al joven que prefería comer su carne cruda.

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