4-Infierno
Saetan se
situó en el atril de lectura, las luces de las velas desbordaban un suave
brillo a su alrededor mientras hojeaba un viejo texto del Arte. No se giró ante el golpe suave en la puerta de su estudio.
Una sonda psíquica rápida le dijo quién estaba allí.
—Entrad. —
Continuó hojeando el libro, tratando de controlar su temperamento, antes de
tratar con ese pequeño demonio imprudente. Finalmente, cerró el libro y se dio
vuelta.
Char se quedó
cerca de la puerta, su postura orgullosa había regresado.
—El lenguaje es
una cosa curiosa, Warlord, —dijo Saetan con engañosa suavidad—. Cuando has
dicho "mañana", no esperaba
que pasaran cinco días.
El miedo se
arrastró en los ojos de Char. Sus hombros se marchitaron. Se volvió hacia la
puerta, y una extraña mezcla de ternura, irritación, y resignación se extendió
por su cara.
La niña se
deslizó por la puerta, atraída de inmediato por la rigurosa pintura Dujae , Descenso a los Infiernos, que colgaba
sobre la chimenea. Sus ojos azul cielo de verano, revolotearon sobre el amplio
escritorio de madera negra, cortésmente saltando por encima de él, se
iluminaron cuando vio las estanterías del suelo al techo que cubrían la mayor
parte de una de las paredes, y se detuvieron en el retrato de Cassandra.
Saetan agarró
el bastón con puño de plata, luchando por mantener el equilibrio mientras que
las impresiones se estrellaron sobre él como un fuerte oleaje. Había esperado a
una dotada cildru dyathe. ¡Esta chica
estaba viva! Dada su habilidad necesaria para hacer esas mariposas, había esperado que estuviera más cercana a la
adolescencia. No podía tener más de siete años. Había esperado inteligencia. La
expresión de sus ojos era dulce y decepcionantemente obtusa. ¿Y qué hacía una
niña viva en el Infierno?
Luego ella se
giró y lo miró. Mientras observaba a esos ojos azul cielo de verano cambiar a
zafiro, el oleaje lo hizo viajar lejos.
Ojos antiguos. Ojos de torbellino. Atrapantes,
sabedores, ojos videntes.
Un dedo helado
susurró por su espina dorsal en el mismo momento que se llenó con un hambre
intensa, inquietante. El instinto le dijo lo que era. A él le tomó un poco más
de tiempo para encontrar el valor de aceptarlo.
No era la hija
de sus entrañas, pero si la hija de su alma. No era sólo una bruja dotada, sino
la Bruja.
Ella bajó los
ojos y se ahuecó el pelo rizado en bucles de oro, al parecer, ya no estaba
segura de su bienvenida.
Él pisoteó el
deseo de cepillar esos ridículos rizos.
—¿Eres el
Sacerdote? —preguntó con timidez,
entrelazando sus dedos—. ¿El Sumo Sacerdote del Hourglass?
Enarcó
ligeramente su negra ceja, y una sonrisa leve y seca tocó los labios.
—Nadie me ha
llamado así en mucho tiempo, pero, sí, yo soy el Sacerdote. Soy Saetan Daemon
SaDiablo, el Lord Supremo del Infierno.
—Saetan,—dijo
ella, como si tratara de soltar el nombre—. Saetan. —Fue una cálida caricia,
una sensual y preciosa caricia—. Te viene bien.
Saetan
reprimió una risa. Hubieron muchas reacciones ante su nombre en el pasado, pero
nunca esto. No, nunca esto.
—¿Y tú eres?
—Jaenelle.
Esperó a el
resto, pero no ofreció ningún apellido. A medida que el silencio se prolongó,
una cautela repentina tiñó la habitación, como si ella esperara algún tipo de
trampa. Con una sonrisa y un encogimiento de hombros desdeñoso para indicar que
no tenía importancia, Saetan hizo un gesto hacia las sillas ante el fuego.
—¿Queréis
venir a sentarte y hablar conmigo, niña bruja? Mi pierna no puede tolerar estar
de pie por mucho tiempo.
Jaenelle fue a
la silla más cercana a la puerta, con Char pegado, en una posesiva asistencia.
Los ojos
dorados de Saetan destellaron con fastidio. ¡Por el fuego del infierno! Se
había olvidado de el niño.
—Gracias,
Warlord. Podéis marcharos.
Char farfulló
una protesta. Antes de que Saetan pudiera responder, Jaenelle tocó el brazo de
Char. No hubieron palabras pronunciadas, y él no pudo sentir un hilo psíquico.
Lo que pasó entre los dos niños fue muy sutil, y no quedó duda de quién
gobernaba. Char se inclinó cortésmente y salió del estudio, cerrando la puerta
detrás de sí.
Tan pronto
como estuvieron acomodados ante el fuego, Jaenelle fijó a Saetan en su silla
con esos intensos ojos de zafiro.
—¿Podéis
enseñarme el Arte? Cassandra dijo que
lo harías si lo pedía.
El mundo de
Saetan fue destruido y reconstruido en el espacio de un latido de corazón. No
permitió que nada se evidenciara en su rostro. Ya habría tiempo para eso más
tarde.
—¿Enseñarte el
Arte? No veo el por qué no. ¿Dónde
está Cassandra ahora? Hemos perdido el contacto con los años.
—En su altar.
En Terreille.
—Ya veo. Venid
aquí niña bruja. —Jaenelle se levantó obedientemente y se paró junto a la
silla. Saetan levantó una mano, con los dedos curvados hacia adentro, y le
acarició suavemente la mejilla. La ira al instante se desató en los ojos de
ella, y hubo un impulso repentino en lo Negro, dentro de él. Mantuvo la mirada,
dejando que sus dedos viajaran lentamente a lo largo de su mandíbula y cepilló
contra sus labios, y recorrió su espalda. No trató de ocultar su curiosidad,
interés, o la ternura que sentía por la mayoría de las mujeres.
Cuando hubo
terminado, él juntó los dedos y esperó. Un momento más tarde, el pulso se había
ido, y sus pensamientos eran suyos de nuevo. Mejor así, porque no podía dejar
de preguntarse por qué fue afectado con tanta ira por parte de ella.
—Voy a haceros
dos promesas, —le dijo—. Quiero una a cambio.
Jaenelle lo
miró con cautela.
—¿Que promesa?
—Prometo, por
las Joyas que llevo y todo lo que soy, que te enseñaré todo lo que me pidas con
lo mejor de mi capacidad. Y os prometo que nunca voy a mentiros.
Jaenelle lo
meditó.
—¿Qué tengo
que prometer?
—Que me mantendrás
informado sobre cualquier lección sobre el Arte
que aprendas de otros. El Arte
requiere dedicación para aprenderlo bien y disciplina para manejar las
responsabilidades que vienen con este tipo de poder. Quiero tener la seguridad
de que cualquier cosa que se te haya enseñado sea hecho correctamente.
¿Comprendéis, niña bruja?
—¿Entonces me
vais a enseñar?
—Todo lo que
sé. —Saetan la dejó pensar que eso era todo—. ¿Convenimos?
—Sí.
—Muy bien.
Dadme las manos. —Tomó las pequeñas, pálidas manos, en las suyas marrón claro—.
Voy a tocar tu mente. —La ira de nuevo—. No voy a haceros daño, niña bruja.
Saetan la
alcanzó cuidadosamente con su mente hasta que se puso delante de sus barreras internas.
Eran los escudos que protegían a los Sangre de su propia especie. Como anillos
dentro de anillos, la mayoría de las barreras pasaban por la más personal, el enlace mental. La
primera barrera protegía los pensamientos cotidianos. La última barrera
protegía el núcleo del Ser, la esencia de un ser, la red interior.
Saetan esperó.
Por mucho que quisiera respuestas, no las abriría por la fuerza. Demasiado
ahora dependía de la confianza.
Las barreras
se abrieron y entró.
Él no hurgó en
sus pensamientos o descendió más profundo de lo necesario, a pesar de su
curiosidad. Eso habría sido una traición impactante del código de honor de los
Sangre. Y había una extraña profunda negrura en su mente que le preocupaba, una
neutralidad suave que estaba seguro que ocultaba algo muy diferente.
Rápidamente encontró lo que buscaba: el hilo psíquico que vibra en simpatía con
un hilo del mismo rango y le diría que Joyas portaba, o podría usar después de
la ceremonia de Birthright. Empezó con la Blanca, el rango más claro, y se
abrió camino hacia abajo, escuchando el zumbido de la respuesta.
¡Por el fuego del Infierno! Nada. No tenía
expectativas hasta que había llegado a la Roja, pero había esperado una
respuesta a esa profundidad. Ella tenía que llevar la Birthright Roja para
poder portar la Negra después de que hiciera su Ofrenda a la Oscuridad. La
Bruja siempre portaba la Negra.
Sin pensar,
Saetan tiró del hilo Negro.
El zumbido
provenía de debajo de él.
Saetan soltó
las manos, sorprendido de que las suyas no temblaran. Tragó saliva para
conseguir que su corazón saliera de su garganta.
—¿No habéis
tenido la ceremonia del Birthright todavía?
Jaenelle
languideció.
Él le levantó
suavemente la barbilla.
—¿Niña Bruja?
La miseria
llenó esos ojos de zafiro. Una lágrima rodó por su mejilla.
—Si n-no pasó
la p-prueba. ¿Eso significa que tengo que devolver las Joyas?
—¿Fallar la
prueba... Qué joyas?
Jaenelle
deslizó su mano en los pliegues de su vestido azul y sacó una bolsa de
terciopelo. La volcó sobre la mesa baja junto a su silla con una sonrisa de
orgullo, pero acuosa.
Saetan cerró
los ojos, inclinó la cabeza contra el respaldo de la silla, y sinceramente
esperaba que la habitación dejara de girar. Él no tuvo que mirarlas para saber
lo que eran: doce Joyas sin cortar. Blanca, Amarilla, Ojo de Tigre, Cielo de
Verano, Crepúsculo púrpura, Ópalo Sangre, Verde, Zafiro, Roja, Gris y Gris
Ébano.
Nadie sabía de
dónde las Joyas habían venido. Si uno estaba destinado a portar una Joya,
simplemente aparecía en el altar después de la ceremonia del Birthright o la de la Ofrenda a la Oscuridad. Incluso cuando
era joven, recibir una Joya sin cortar, una joya que nunca hubo sido usada por
otro de los Sangre, era raro. Su Birthright
Joya Roja estaba cortada. Cuando fue dotado con la Negra, esa también ya había
sido cortada. Pero recibir un conjunto completo de Joyas sin cortar... Saetan
se inclinó y tocó la Joya Amarilla con la punta de la uña. Se encendió el fuego
en el centro advirtiéndole que se fuera. Él frunció el ceño, desconcertado. La
Joya ya se identificaba como fémina, como ser unido a una bruja y no a un varón
de Sangre, pero ahí estaba un muy leve indicio de masculinidad en ella también.
Jaenelle se
secó las lágrimas de las mejillas y sorbió.
—Las Joyas más
claras son para practicar y para las cosas de todos los días hasta que estéis
lista para manejar estas.
Ella volcó
otra bolsa de terciopelo. La sala giró en todas las direcciones. Las uñas de
Saetan perforaron los brazos del sillón de cuero.
¡Por el fuego del Infierno, Madre Noche, y que la
Oscuridad sea misericordiosa!
Trece Joyas
Negras sin cortar, Joyas que ya brillaban con el fuego interior de un lazo
psíquico. Tener a una niña enlazada con una Joya Negra sin tener a su mente
jalada a sus profundidades ya era suficientemente preocupante, pero la fuerza
interior necesaria para unir y mantener a trece de ellas... El miedo se deslizó
por su espalda, corrió por sus venas.
Demasiado
poder. Demasiado. Ni siquiera los Sangre estaban destinados a manejar esa
cantidad de energía. Ni siquiera la Bruja había controlado tanto poder antes.
Esta sí. Esta
joven Reina. Esta hija de su alma.
Con esfuerzo,
Saetan estabilizó su respiración. Él podría aceptarla. Podría amarla. O podría
temerle. La decisión era suya, y lo que decidiera aquí, ahora, sería algo con
lo que tendría que vivir.
Las Joyas
Negras brillaban. La joya Negra en su anillo brillaba en respuesta. Su sangre
latía en sus venas, haciéndole doler la cabeza. El poder de esas Joyas tiraba
de él, exigiendo el reconocimiento.
Y descubrió
que la decisión era sencilla, después de todo, realmente ya la había tomado
mucho, mucho tiempo atrás.
—¿De dónde
sacasteis estas, niña bruja? —preguntó con voz ronca.
Jaenelle se
encogió de hombros.
—De Lorn.
—¿L-Lorn?
—¿Lorn? Ese era el nombre de la más ancestral leyenda de los Sangre. Lorn fue
el último Príncipe de los Dragones, la raza fundadora que había creado a los
Sangre—. ¿Cómo... Dónde conocisteis a Lorn?
Jaenelle se
retiró aún más en sí misma.
Saetan
reprimió el impulso de sacudir la respuesta de ella y dejó escapar un suspiro
teatral.
—Un secreto
entre amigos, ¿verdad?
Jaenelle
asintió.
Suspiró de
nuevo.
—En ese caso,
pretended que nunca os pregunté. —Él le golpeó suavemente la nariz con el
dedo—. Pero eso significa que no podéis ir contándole nuestros secretos.
Jaenelle lo
miró, con los ojos abiertos.
—¿Tenemos
alguno?
—Todavía
no,—gruñó él—, pero voy a inventarme uno sólo para que lo tengamos.
Ella dejó
escapar una risa cristalina de terciopelo cubierto, un extraordinario sonido
que evidenciaba la voz que tendría en
unos pocos años. Tanto como su rostro, que era demasiado exótico y delicado
para ella ahora, pero, dulce Oscuridad, ¡cuando se convirtiera en esa cara!
—Ya está bien niña
bruja, al grano. Guardadlas. No las necesitáis para esta...
—¿Clase?
—preguntó, recogiendo las Joyas y metiendo las bolsas en los pliegues de su
vestido.
—Tu primera
lección de Arte básica.
Jaenelle
languideció y se animó al mismo tiempo.
Saetan torció
un dedo. Un pisapapeles rectangular se levantó de la mesa de madera negra y se
deslizó por el aire hasta que se instaló en la mesa baja. El pisapapeles era
una piedra pulida tomada de la misma cantera que las piedras usadas para
construir el Hall en ese Reino.
Saetan
posicionó a Jaenelle en frente de la mesa.
—Quiero que
señaléis con un dedo al pisapapeles...
Así... Y movedlo tanto como te sea posible encima de la mesa.
Jaenelle
vaciló, se lamió los labios, y señaló con el dedo.
Saetan sintió
la oleada de poder a través de su Joya Negra.
El pisapapeles
no se movió.
—Intentadlo de
nuevo, niña bruja. En la otra dirección.
De nuevo
estuvo la oleada, pero el pisapapeles no se movió.
Saetan se
frotó la barbilla, confundido. Este era un Arte
simple, algo con lo que no debería tener ningún problema en absoluto
Jaenelle se
marchitó.
—Trato, —dijo
con la voz quebrada—. Trato y trato, pero nunca logro hacerlo bien.
Saetan la
abrazó, sintiendo un dolor agridulce en su corazón cuando posó sus brazos
alrededor de su cuello.
—No importa,
niña bruja. Se necesita tiempo para aprender de Arte.
—¿Por qué no
puedo hacerlo? Todos mis amigos pueden hacerlo.
Reacio a dejar
que se vaya, Saetan se obligó a abrazarla con los brazos extendidos.
—Tal vez
deberíamos empezar con algo personal. Eso es por lo general más fácil. ¿Hay
algo que te cause problemas?
Jaenelle se
arregló el pelo y frunció el ceño.
—Siempre tengo
problemas para encontrar mis zapatos.
Con eso bastara.
—Saetan tomó su bastón—. Poned un zapato frente al escritorio y luego párate
allí.
Cojeó hasta el
otro lado de la habitación y se puso de espaldas al retrato de Cassandra,
torvamente divertido por darle a su nueva Reina su primera lección del Arte bajo la mirada vigilante, pero sin
conocimiento, de su última Reina.
Cuando Jaenelle
se unió a él, dijo:
—Una gran
cantidad de Artes manuales, requieren
la traducción de la acción física en la acción mental. Quiero que os imaginéis,
por cierto, ¿cómo os va con la imaginación? —Saetan vaciló. ¿Por qué se veía
tan magullada? Sólo había tenido la intención de molestarla un poco, puesto que
ya había visto la mariposa—. Quiero que os imaginéis recogiendo el zapato y
traedlo aquí. Estírate hacia adelante, agarradlo, y ponedlo ahí.
Jaenelle
estiró su brazo tanto como pudo, apretó su mano, y tiró.
Todo ocurrió a
la vez.
Las sillas de
cuero frente al fuego volaron hacia él. Él contrarrestó Arte con Arte y tuvo un
momento para sentir una sacudida eléctrica cuando no pasó nada antes de una de
las sillas lo golpeara en sus pies. Él cayó en la otra y tuvo el tiempo justo
para hacerse un ovillo antes de que la silla detrás del escritorio de madera
negra chocara contra la parte trasera de la silla en la que se encontraba y
descendiera en la parte superior de la misma, apresándolo. Oyó libros encuadernados
pasar zumbando por la habitación como pájaros enloquecidos antes de golpear el
suelo con un ruido sordo. Sus zapatos repiqueteaba frenéticamente, tratando de
escapar de sus pies. Y sobre todo estaba el lamento de Jaenelle:
—¡Para, para,
para!
Unos segundos
más tarde, se hizo el silencio.
Jaenelle
escudriñó el espacio entre los brazos de la silla.
—¿Saetan?
—dijo en voz baja y temblorosa—. Saetan, ¿estás bien?
Usando el Arte, Saetan envió a la silla de la
parte superior de nuevo a la mesa de madera negra.
—Estoy bien,
niña bruja. —Metió sus pies en los zapatos y se puso de pie con cuidado—. Eso
ha sido más emoción de la que he tenido en siglos.
—¿De verdad?
Se enderezó la
túnica negra y se alisó el pelo.
—Si, en
verdad. —Y Guardián o no, un hombre de su edad no debería tener a su corazón
galopando alrededor de su caja torácica así.
Saetan miró
alrededor del estudio y sofocó un gemido. El libro que había estado en el atril
flotaba en el aire, al revés. El resto de los libros formaban pilas en el piso
del estudio. De hecho, el único objeto de cuero que no respondió a la
convocatoria era el zapato de Jaenelle.
—Lo siento,
Saetan.
Saetan apretó
los dientes.
—Se necesita
tiempo, niña bruja. —Se hundió en la silla. Tanto poder en crudo, pero aún así
tan vulnerable hasta que aprendiera a usarlo. Un pensamiento estremeció su
mente—. ¿Alguien más sabe acerca de la Joyas que Lorn te dio?
—No. —Su voz
fue un susurro de la medianoche. Miedo y dolor llenaron los ojos de zafiro, y
algo más, también, que era más fuerte que esos sentimientos superficiales. Algo
que le heló hasta la médula.
Sin embargo,
se heló aún más por el miedo y el dolor en sus ojos.
Incluso una
niña fuerte, una niña de gran poder, sería dependiente de los adultos a su
alrededor. Si su fuerza podía ponerlo nervioso a él, ¿cómo reaccionaría su
gente, su familia, si alguna vez
descubrieran lo que estaba contenido dentro de esa pequeña cáscara? ¿Aceptarían
a la niña que ya era la Reina más fuerte en la historia de los Sangre, o temerían
al poder? Y si temían el poder, ¿tratarían de cortarle el paso quebrándola?
Una Noche Virginal realizada con malévola
destreza podría despojarla de su poder, dejando intacto el resto. Sin embargo,
dado que su red interior era tan profunda en el abismo, podría ser capaz de
retirarse lo suficiente como para soportar la violación física, a menos que el
varón fuera capaz de descender lo suficientemente profundo en el abismo para
amenazarla incluso allí.
¿Había algún
varón lo suficientemente fuerte, lo suficientemente oscuro y salvaje?
Había... uno.
Saetan cerró
los ojos. Podría enviar a Marjong, dejar que el ejecutor hiciera lo que
necesitaba ser hecho. No, aún no. No a ese uno. No hasta que hubiera una razón.
—¿Saetan?
De mala gana,
abrió los ojos y vio, en un primer momento estúpidamente y luego con una
creciente sensación de conmoción, como ella se levantaba una manga y le ofrecía
su muñeca a él.
—No hay
necesidad de un precio de sangre, —espetó.
Ella no saco
su muñeca.
—Te hará
mejor.
Esos ojos
antiguos le quemaron, lo despojaron de su carne hasta que se estremeció,
desnudo ante ella. Él trató de negarse, pero las palabras no salían. Podía oler
la sangre fresca en ella, la fuerza de la vida bombeando a través de sus venas
en la lucha contra el ritmo de su corazón palpitante.
—No así, —dijo
con voz ronca, atrayéndola hacia él.— No conmigo. —Con la dulzura de un amante,
le desabrochó el vestido y rozó la piel sedosa de su garganta con la uña. La
sangre fluía, caliente y dulce. Él cerró la boca sobre la herida.
El poder de
ella creció debajo de él, una lenta y negra ola hábilmente controlada, un
maremoto que lo inundó, lo limpió, lo sanó aun cuando su mente se estremeció al
encontrarse envuelta por una mente tan poderosa y tan suave. Le contó los latidos
de su corazón. Cuando llegó a cinco, levantó la cabeza. No parecía sorprendida
o asustada, las emociones habituales que los vivos sentían cuando eran
requeridos para dar sangre directamente de la vena.
Ella le pasó
un dedo tembloroso sobre sus labios.
—Si tomaras
más, ¿Quedarías del todo bien?
Saetan convocó
a un recipiente con agua tibia y le lavó la sangre de la garganta con un
pañuelo de lino limpio. Él no estaba dispuesto a explicarle a la niña, lo que
esas dos bocanadas de sangre ya estaban haciendo con él. Hizo caso omiso de la
pregunta, esperando que no presionara por una respuesta, y se concentró en el Arte necesario para curar la herida.
—¿No?
—preguntó ella, tan pronto como desapareció el lino y el cuenco.
Saetan vaciló.
Le había dado su palabra de que no le mentiría.
—Sería mejor
para la curación, tomar un poco a la vez. —Eso, al menos, era cierto—. ¿Otra
lección mañana?
Jaenelle
apartó rápidamente la mirada.
Saetan se
tensó. ¿Se había asustado por lo que había hecho?
—Yo...Ya prometí
a Morghann que le vería mañana y a Gabrielle el día después.
El alivio fue
vertiginoso.
—¿En tres
días, entonces?
Ella estudió
su cara.
—¿No te
importa? ¿No estás enojado?
Sí, le
importaba, pero era la instintiva posesión de un Príncipe Warlord al mando.
Además, tenía muchas cosas que hacer antes de verla otra vez.
—No creo que
tus amigos apreciaran mucho si tu nuevo mentor se tomara todo tu tiempo,
¿verdad?
Ella sonrió.
—Probablemente
no. —La sonrisa se desvaneció. La mirada magullada estaba de nuevo en sus
ojos—. Tengo que irme.
Sí, tenía
mucho que hacer antes de verla otra vez.
Ella abrió la
puerta y se detuvo.
—¿Creéis en
los unicornios?
Saetan sonrió.
—Los conocí
una vez, mucho tiempo atrás.
La sonrisa que
le dio antes de desaparecer por el pasillo iluminó la habitación, encendiendo
los rincones más oscuros de su corazón.
— ¡Por el fuego
del Infierno! ¿Qué pasó, SaDiablo?
Saetan agitó
el zapato abandonado de Jaenelle hacia Andulvar y sonrió con sequedad.
—Una lección
del Arte.
—¿Qué?
—Conocí a la
fabricante de la mariposa.
Andulvar
contempló el desastre.
—¿Ella hizo
esto? ¿Por qué?
—No fue
intencional, simplemente descontrol.
Tampoco es una cildru dyathe.
Es una niña viva, una Reina, y ella es la Bruja.
La mandíbula
de Andulvar cayó.
—¿Bruja?
¿Bruja como Cassandra?
Saetan
reprimió un gruñido.
—No como
Casandra pero, sí, la Bruja.
—¡Fuego del
Infierno! la Bruja. —Andulvar sacudió la cabeza y sonrió.
Saetan se
quedó mirando el zapato.
—Andulvar,
amigo mío, espero que todavía tengáis todo bien puesto bajo tu cinturón como
sueles presumir, porque estamos en serios problemas.
—¿Por qué?
—Andulvar preguntó con suspicacia.
—Porque vais a
ayudarme a entrenar a una Bruja de siete años, quién tiene en este momento el
poder en bruto para convertirnos en polvo a ambos y sin embargo... —dejó caer
el zapato en la silla—, es pésima en el Arte
básico.
Mephis golpeó
bruscamente y entró en el estudio, tropezando con una pila de libros.
—Un demonio me
acaba de decir la cosa más extraña.
Saetan ajusto
los pliegues de su capa y cogió su bastón.
—Sé breve,
Mephis. Voy a una cita ya postergada hace mucho tiempo.
—Dijo que vio
el Hall cambiar un par de pulgadas. La cosa entera. Y un momento después,
cambió de nuevo.
Saetan se quedó
muy quieto.
—¿Alguien más
vio eso?
—No lo creo,
pero...
—Entonces
decidle que se muerda la lengua si no quiere perderla.
Saetan pasó
por delante de Mephis, dejando el estudio que había sido su hogar durante los
últimos diez años, dejando atrás a su preocupado hijo demonio-muerto.
Me gusta la historia ....seguirán publicando los capítulos? ?? Felicidades por su trabajo.
ResponderEliminarSi, nos tomamos unos días pero ya volvemos con todo
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