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domingo, 5 de julio de 2015

Adelanto Capítulo 1 (segunda parte): Hija de Sangre - Anne Bishop




Se sintió como un tonto cuando vio a la niña que lo miraba, con los ojos abiertos.

Era una escuálida poquita cosa, de unos siete años. Llamarla simple habría sido amable. Pero, incluso a la luz de la luna, tenía los más extraordinarios ojos. Le recordaban a un cielo crepuscular o un profundo lago de montaña. Sus ropas eran de buena calidad, sin duda mejores que las que una niña mendiga usaría. Su cabello dorado estaba recogido en bucles que indicaban atención, incluso si se veían ridículos alrededor de su pequeño rostro puntiagudo.

—¿Qué estás haciendo aquí? — preguntó bruscamente.

Ella entrelazó los dedos y encorvó los hombros.
—Yo...Yo te escuché. Y tú querías una amiga.

—¿Me escuchaste? — Lucivar la miró fijamente. ¿Cómo en el nombre del Infierno lo escucho? Era cierto que había enviado ese deseo, pero fue en un hilo Gris Ébano. Era el único Gris Ébano en el Reino de Terreille. La única Joya más oscura que la suya era la Negra, y el único que la portaba era Daemon Sadi. A menos...

No. No podía ser.

En ese momento, los ojos de la chica se movieron de él al hombre muerto en la barca, y luego de nuevo a él.

—Me tengo que ir, — susurró ella, alejándose de él.

—No, no te vayas. — Él se le acercó, suaves pisadas, un cazador acechando a su presa.

Ella se giró.

La agarro en cuestión de segundos, sin hacer caso del ruido que las cadenas hicieron. La envolvió con la cadena, le pasó un brazo alrededor de su cintura y la levantó del suelo, gruñendo cuando su talón le golpeó la rodilla. Hizo caso omiso de sus intentos de arañarlo, y de sus patadas, aunque los raspones no eran del mismo tipo disuasorio que una buena patada en el lugar correcto. Cuando ella comenzó a gritar, le puso una mano sobre la boca.

Ella hundió rápidamente sus dientes en su dedo.

Lucivar reprimió un grito y maldijo entre dientes. Se dejó caer de rodillas, tirando de ella con él.

—Silencio, — susurró con fiereza—. ¿Quieres que los guardias nos caigan encima? — Probablemente sí, y suponía que iba a luchar aún más duro, sabiendo que había ayuda cerca.

Sin embargo, ella se congeló.

Lucivar puso su mejilla contra la cabeza de ella e inspiró.
—Eres como una pequeña gata, — dijo en voz baja, luchando para que no se notara la risa en su voz.

—¿Por qué lo mataste?

¿Eran imaginaciones suyas, o su voz había cambiado? Aún sonaba como una niña, pero truenos, cavernas, y los cielos de medianoche se fundieron en esa voz.

—Él estaba sufriendo.

—¿No podías llevarlo a un Sanador?

—Las Sanadoras no se molestan con los esclavos, — espetó—. Además, las ratas no  iban a dejar suficiente de él para sanar. — La abrazo con más fuerza contra su pecho, con la esperanza de que el calor físico frenara sus temblores. Se veía tan pálida contra su piel de color marrón claro, y él sabía que no era simplemente porque era de piel clara—. Lo siento. Eso fue cruel.

Cuando ella comenzó a luchar contra su agarre, levantó sus brazos para que pudiera deslizarse debajo de la cadena entre sus muñecas. Se arrastró fuera de su alcance, se dio la vuelta, y cayó de rodillas.

Ellos se estudiaron mutuamente.

—¿Cuál es tu nombre? — ella finalmente preguntó.

—Me llaman Yasi. — Se echó a reír cuando ella arrugó la nariz—. No es mi culpa. Yo no lo elegí.

—Es una palabra tonta para alguien como tú. ¿Cuál es tu verdadero nombre?

Lucivar vaciló. Los Eyrien eran una de las razas longevas. Había tenido 1700 años para ganar una reputación de ser salvaje y violento. Si ella hubiera oído alguna de las historias sobre él...

Respiró hondo y  soltó lentamente:
—Lucivar Yaslana.

No hubo reacción, salvo una tímida sonrisa de aprobación.

—¿Cuál es tu nombre, Gata?

—Jaenelle.

Él sonrió.
—Bonito nombre, pero creo que Gata se ajusta igual de bien.

Ella gruñó.

—¿Ves? — Él vaciló, pero tenía que preguntar. Zuultah adivinaría que había matado a ese esclavo y sabía a ciencia cierta que habría una diferencia cuando lo ataran entre los postes—. ¿Tu familia está visitando a la Señora Zuultah?

Jaenelle frunció el ceño.
—¿Quien?

Realmente, se veía como una gatita tratando de encontrar la manera de saltar sobre un gran insecto saltarín.
—Zuultah. La Reina de Pruul.

—¿Que es Pruul?

—Esto es Pruul. — Lucivar hizo un gesto con la mano para indicar la tierra alrededor de ellos y luego blasfemó en Eyrien cuando las cadenas se sacudieron. Se tragó la última maldición al percatarse de una intensa e interesada mirada en la cara de ella—. Puesto que no eres de Pruul y tu familia no se encuentra de visita, ¿de dónde eres?— Cuando ella vaciló, él inclinó la cabeza hacia el barco—. Puedo guardar un secreto.

—Soy de Chaillot.

—Chai... — Lucivar reprimió otra maldición—. ¿Entiendes Eyrien?

—No. — Jaenelle le sonrió—. Pero ahora sé algunas palabras Eyrien.

¿Debería reír o estrangularla?
—Cómo has llegado hasta aquí?

Ella ahuecó su pelo y frunció el ceño ante el rocoso suelo entre ellos. Finalmente se encogió de hombros.
—De la misma forma en que voy a otros lugares.

—¿Viajas por los Vientos? — le gritó.

Ella levantó un dedo para testear el aire.

—No las brisas o bocanadas de aire. — Lucivar apretó los dientes—. Vientos. Las Redes. Los caminos psíquicos de la Oscuridad.

Jaenelle se animó.
—¿Eso es lo que son?

Se las arregló para detener por la mitad su maldición.

Jaenelle se inclinó hacia delante.
—¿Siempre eres tan berrinchudo?

—Sí. La mayoría de la gente piensa que soy un capullo.

—¿Qué significa eso?

—No importa. — Eligió una piedra afilada y dibujó un círculo en el suelo entre ellos—. Este es el reino de Terreille. — Colocó una piedra redonda en el círculo—. Esta es la Montaña Negra, Ebon Askavi, donde los Vientos se encuentran. — Dibujó líneas rectas desde la piedra redonda hasta la circunferencia—. Estos son los hilos de amarre.— Dibujó círculos más pequeños dentro del círculo—. Estas son los hilos radiales. Los Vientos son como una telaraña. Puedes viajar por los amarres o por los hilos radiales, cambiando de dirección donde se cruzan. Hay una Red para cada rango de las Joyas de Sangre. Mientras más oscura es la Red, más amarres y las líneas radiales hay y es donde más rápido el Viento es. Puedes viajar por una Red que sea de tu rango o más claro. No puedes viajar por una Red más oscura que tu rango de Joya, a menos que viajes dentro de un contenedor manejado por alguien lo suficientemente fuerte para viajar por esa Red o que seas protegida por alguien que pueda manejar esa Red. Si lo intentas, lo más probable es que no sobrevivas. ¿Entiendes?

Jaenelle se mordió el labio inferior y señaló un espacio entre las líneas.
—¿Y si quiero ir allí?

Lucivar negó con la cabeza.
—Tendrías que caer desde la Red de vuelta al Reino en el punto más cercano y viajar de otra manera.

—Así no fue cómo llegué aquí, — protestó.

Lucivar se estremeció. No había ni un solo hilo de ninguna Red alrededor de las locaciones de Zuultah. Su corte era -deliberadamente-  uno de esos espacios en blanco. La única manera de llegar directamente desde los Vientos era dejando la Red y deslizándose a ciegas a través de la Oscuridad, que, incluso para el más fuerte y más preparado, era algo arriesgado. A menos...

—Ven aquí, Gata, — dijo suavemente. Cuando ella cayó delante, él puso las manos sobre sus hombros delgados—. ¿Sueles vagar por ahí?

Jaenelle asintió lentamente.
—La gente me llama. Igual que tú.

Al igual que él. ¡Madre Noche!
—Gata, escúchame. Los niños son vulnerables a muchos peligros.

Había una extraña expresión en sus ojos.
—Sí, lo sé.

—A veces un enemigo puede usar la máscara de un amigo hasta que es demasiado tarde para escapar.

—Ya, — susurró.

Lucivar la sacudió suavemente, obligándola a mirarlo.
—Terreille es un lugar peligroso para los pequeños gatos. Por favor, vete a casa y no vagues más. No lo hagas... No respondas a las personas que te llaman.

—Pero entonces no voy a verte nunca más.

Lucivar cerró los ojos de oro. Un cuchillo en el corazón dolería menos.
—Lo sé. Pero siempre seremos amigos. Y no es para siempre. Cuando hayas crecido, te encontrare o tú me encontraras.

Jaenelle se mordisqueó el labio.
—¿Qué edad es crecido?

Ayer. Mañana.
—Digamos que diecisiete. Suena como eterno, lo sé, pero en realidad no es tanto tiempo. — Ni siquiera Sadi podría haber tejido una mentira mejor que esa—. ¿Me prometes que no vas a seguir vagando?

Jaenelle suspiró.
—Prometo no vagar por Terreille.

Lucivar la puso de pie y la dio vuelta.
—Hay una cosa que quiero enseñarte antes de que partas. Esto funcionará si un hombre alguna vez intenta agarrarte por la espalda.

Cuando ejercitaron las suficientes veces como para quedar seguro de que ella sabría qué hacer, Lucivar le besó en la frente y dio un paso atrás.

—¡Fuera de aquí! Los guardias harán las rondas en cualquier momento. Y recuerda: Una Reina nunca rompe una promesa hecha a un Príncipe Warlord.

—Lo recordare. — Ella vaciló—. ¿Lucivar? No tendré el mismo aspecto cuando este crecida. ¿Cómo vas a reconocerme?

Lucivar sonrió. Diez años o cien, no harían ninguna diferencia. Siempre reconocería esos extraordinarios ojos zafiro.

—Yo lo sabré. Adiós, Gata. Que la Oscuridad te abrace.

Ella le sonrió y desapareció.

Lucivar miró ese espacio vacío. ¿Fue una tontería decirle eso? Probablemente.

Un traqueteo en el portón le llamó la atención. Rápidamente borró el dibujo de los Vientos y se escurrió como sombra entre las sombras hasta que llegó a los establos. Pasó a través de la pared exterior y apenas se instaló en su celda cuando el guardia abrió la ventana con barrotes en la puerta.

Zuultah era lo suficientemente arrogante como para creer que sus hechizos de sujeción evitaban que sus esclavos usaran sus Piedras para pasar a través de las paredes de la celda. Era incómodo pasar a través de una pared hechizada, pero no imposible para él.

Deja que la puta sospeche. Cuando los guardias encontraron al esclavo en la barca, seguro que ella sospechaba que él le había roto el cuello. Sospechaba de él cuando cualquier cosa salía mal en su corte, con buena razón.

Tal vez él ofrecería un poco de resistencia cuando los guardias trataran de atarlo a los postes para los azotes. Una reyerta salvaje mantendría a Zuultah distraída, y las emociones violentas cubrirían cualquier olor psíquico residual de la chica.

Oh, sí, él podía mantener a la Señora Zuultah tan distraída, que nunca se daría cuenta de que la Bruja ahora caminaba por el Reino.


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