—Capítulo 3—
YELENA
No entres en pánico. No entres en pánico. No
entres en pánico.
Agarrando la manta con los puños apretados, repetí las palabras. No entres en pánico. No entres en pánico. No
entres en pánico. Pero no funcionó. El pánico me quemaba la garganta. Me
faltaba el aliento. Las palabras no se transformaban en ninguna magia. No había
magia. No había magia.
La oscuridad
se apretó contra mi piel, cerrándose dentro de mi cuerpo, bloqueándome del
calor y la luz que era mi magia. Todos mis sentidos habían sido robados junto
con mi magia. Sonidos, imágenes y olores desaparecieron. Un sabor amargo era
todo lo que quedaba.
No había magia.
Desconectada de las almas perdidas, desconectada de la vida silvestre y
separada de mis congéneres, no tenía utilidad. No había magia.
Me quedé en el
duro piso de nuestro dormitorio, acurrucada debajo de la manta. Mis
pensamientos zumbaban con la miseria. Al salir el sol, un poco de alivio dio
paz al terror caótico que me había consumido. Mi visión funcionaba después de
todo.
Un fuerte
golpe en la puerta rompió la tranquilidad de la mañana y el relincho perforánte
de Kiki cortó a través de mi convicción de que todo se había perdido. Cascos
golpeando en la madera y me levanté tambaleante.
«Estoy bien»,
dije. Ninguna respuesta. Mi corazón se retorció.
—Estoy bien,
—grité sobre otra andanada.
Kiki se
detuvo. ¿Pero por cuánto tiempo? Agarré la barandilla y me arrastre por las
escaleras. Agudos dolores de hambre apuñalaban mis tripas, pero me dirigí hacia
la puerta. La cara -en su mayoría blanca- de Kiki se asomó por la ventana. Un
parche de color marrón rodeaba su ojo izquierdo.
Tan pronto
como abrí la puerta, ella irrumpió, casi tumbándome. No es que le costara
mucho, ya que no había comido en más de un día.
Envolví mis
brazos alrededor de su cuello.
—Estoy bien.
—Apoyé mi frente contra su suave piel, abrí mi mente a ella. Nada. Aspiré su
olor, una mezcla de paja seca, hierba cortada y tierra.
—No puedo...
no tengo... —¿Por qué era tan difícil
decirlo?—. Mi magia... se ha ido. No puedo hablar contigo.
Kiki resopló.
—Sí, ya sé que
estoy hablando contigo, pero no puedo comunicarme.
Ella se apartó
y me miró. Y aunque sus pensamientos no sonaban en mi mente, comprendí su
sarcástica mirada de; cómo le llamas a
esto. Entonces me empujó con la nariz como si me impulsara a explicarme.
Sus acciones
me sacaron de ese pánico enloquecido. La lógica luchó con la cruda emoción y medité. ¿Qué
pasó antes de mi magia desapareciera? Una agradable velada con Valek, pero
había tenido una serie de ellas a lo largo de los años sin consecuencias.
¿Y antes de
eso? Toqué el área todavía tierna en la parte superior de mi pecho.
—¡El veneno!
¿Cómo pude ser tan estúpida?
Kiki asintió
con la cabeza.
—Gracias, —le
dije con sequedad—. Ahora sólo tengo que averiguar qué veneno bloquea la magia
de una persona. —Curare se ajustaba, salvo que habría quedado paralizada y
habría reconocido su aroma cítrico fresco—. La flecha. —Tal vez unas gotas de
veneno quedaban.
Kiki me siguió
al establo. Pobre chica no se había alimentado de granos en más de un día.
Llené el cubo de alimentación antes de buscar el eje de la flecha. No pasó mucho
tiempo para averiguar que Valek debió habérselo llevado con él.
Valek.
¿Debería unirme a él en Ixia? Sería más seguro. Y sin la mancha de la magia, el
Comandante podría darme la bienvenida con los brazos abiertos. La aversión de
Ambrose a los magos comenzó en su infancia. A pesar de que tenía un cuerpo
femenino, insistió en que era un hombre. Se vistió como un niño y se cambió el
nombre. Aterrorizado de que un mago pudiera "ver a través" de él, los
proscribió de Ixia y ejecutó a cualquiera que se hallara en el territorio
cuando llegó al poder. Además no contribuyó el que el Rey corrupto fuera
también un mago que había abusado de su poder.
Cuando acepté
mis capacidades de Halladora de Almas,
descubrí la verdadera naturaleza de la doble personalidad del Comandante. Su
madre murió en el parto, pero se había negado a abandonar a su hijo recién
nacido. Tenía suficiente magia como para que su alma se quedara con Ambrose,
convirtiéndolo en mujer. Me había ofrecido a guiarla hacia el cielo, pero el
Comandante sentía su presencia como ayuda, no se veía obstaculizado. Por ahora.
La postura del
Comandante sobre los magos en Ixia se había aflojado un poco desde que aprendió
de sus propios comienzos mágicos, pero aún tenía un largo camino por recorrer.
Además, viajar
a Ixia no me ayudaría a descubrir lo que sucedió. Mi condición podría ser
temporal y si así era, me estaba volviendo loca por nada.
Buscando mis
recuerdos, revisé la lista de venenos que Valek me había enseñado cuando fui la
catadora del Comandante, más de ocho años atrás. Ninguno de ellos tenía efectos
secundarios que coincidieran con mis síntomas. Por otra parte, Valek no se
habría preocupado por una sustancia que bloqueara la magia. ¿Pero sabría si
había alguna? Posiblemente.
¿Y los Magos
Maestros? Gruñí. ¡El primer Mago Bain Bloodgood! Su conocimiento de la historia
y la magia era incomparable, y si él no sabía nada de este veneno, lo buscaría
en sus pilas y pilas de libros hasta encontrarlo.
Sintiéndome
mucho mejor, regresé a la casa para comer y empacar. Revisé la chimenea y los
carbones en el baño, asegurándome de que todo estuviera correctamente apagado.
Cuando cerré la puerta, una punzada de pesar vibró en mi pecho. Debido al
ataque, Valek iba a insistir en mudarnos. Froté los dedos sobre las piedras.
Buenos recuerdos se arremolinaron. La distancia a la cuadra parecía extenderse,
cada vez más con cada paso.
Una vez que
llegué al establo, ensillé a Kiki. No usábamos riendas o una brida y,
normalmente, me gustaba renunciar a la silla de montar, pero las alforjas
estaban llenas con suficiente comida y suministros para una semana. Hice una
pausa. ¿Valek y yo hemos tenido una
semana completa para nosotros mismos? No.
Kiki gruñó,
arrancándome de mis pensamientos.
—¿Qué pasa?
Ella sacudió
la correa adherida a mi mano. La había apretado demasiado. Me tomó un momento
el comprender. Era fácil ensillar a un caballo que te instruía sobre el grado
de tensión que debería tener la silla de montar. Me pregunté cuántas otras
cosas tendría que volver a aprender... una perspectiva deprimente.
Fijé la correa
y monté.
—De regreso a
la Ciudadela tan rápido como sea posible, por favor. —Eso se mantenía. Siempre
la dejaría encontrar la mejor ruta y marcar el ritmo.
Ella galopó
por el barro. El brillante sol de entrada la mañana, no pudo levantarme el
ánimo. Examiné el bosque, en busca de depredadores. Un pájaro chilló y me
agaché. Saqué mi navaja cuando vi movimiento por el rabillo del ojo. Y quedé
aplanada, abrazada al cuello de Kiki, cuando un ruido sordo sonó detrás de
nosotras.
Después de
unas horas, Kiki se detuvo a descansar. Me quedé a su lado, manteniendo la
espalda contra ella y mi navaja en la mano. Peligros invisibles acechaban en el
bosque. Todo un ejército de atacantes podría estar esperando por nosotras con
el viento a favor, y yo no tendría ninguna advertencia.
El pánico
prendía a fuego lento. Era débil, vulnerable y un blanco fácil. Cuando Kiki se
detuvo por la noche, no encendí un fuego, y las pocas horas de sueño inquieto,
las pasé entre sus pezuñas.
Para cuando
llegamos a las puertas norte de la Ciudadela, dos días después, me alertaba
frente a cada ruido. Nunca había estado tan contenta de ver las paredes de
mármol blanco que rodeaban la ciudadela que refleja la luz del sol. Los
guardias nos saludaron y me preocupé. ¿Qué pasaba si los guardias conspiraran
con un grupo dentro? ¿Qué pasaba si nos asaltaban?
Giré mis dedos
en la melena de cobre de Kiki cuando cruzamos a través de los anillos de
negocios y fábricas que ocupaban el centro de la Ciudadela, como círculos rojos
alrededor de un pasillo redondo. Un bullicioso mercado se encontraba en el
corazón de esta sección. Bordeando los puestos llenos de gente, Kiki se dirigió
hacia la Fortaleza de los Mago, que se encontraba en el cuadrante noreste.
La gente se
movía a empujones por las calles, hablando, riendo, discutiendo, mientras
asistían a sus tareas matutinas. Me quedé mirándolos. No había pensamientos o
emociones que me llegaran del gentío. Para mis sentidos, ellos no tenían alma.
Una horda de muertos vivientes.
Me incliné
hacia delante y susurré a Kiki:
—De prisa a la
Fortaleza, por favor.
Ella aceleró
el paso, maniobrando a través de las calles concurridas. La parte lógica de mí
entendía que los gritos y maldiciones a la estela de nuestro paso, no provenían
de personas fallecidas sin alma. Sin embargo, ese conocimiento no detuvo a mis
manos temblorosas o evitó que se me disparará el pulso.
Impresionada,
me di cuenta de que mi magia había influido en la forma en que veía el mundo.
Apenas recordaba cómo había interactuado en mi mundo sin magia. No había caído
en la cuenta de que me apoyaba tanto en mi poder, o que lo usaba para conectar
a las personas a mi alrededor en los últimos seis años. Sin embargo, me sentí
como si hubiera estado envuelta en un paño grueso y negro de pies a cabeza. La
tela tenía agujeros para los ojos, los oídos, la nariz y la boca, pero el resto
de mi cuerpo permanecía envuelto.
Aflojé mi
férreo agarre en la melena de Kiki cuando la gran entrada de la Fortaleza de
los Mago se cernió. Elegantes columnas de mármol soportaban arcos festoneados
que enmarcaban las puertas de mármol de dos pisos de altura. Las puertas
estaban siempre abiertas, pero eran vigiladas por cuatro soldados, un mago y
una puerta de madera.
Se enderezaron
cuando nos acercamos.
—Buenos días,
enlace Zaltana. ¿De regreso tan pronto? —Preguntó la sargento al mando.
—Sí, Mally, un
asunto urgente ha cortado mis cortas vacaciones. ¿El Maestro Bloodgood está en
su oficina?
Ella se
dirigió hacia el mago ... Jon del Clan Krystal.
Jon me miró,
interrogante.
—¿No puede....?
—No en este
momento, —dije con los dientes apretados.
—Ah... bueno.
—Su mirada se volvió distante—. Sí, el Primer Mago está en su oficina.—Luego se
encontró con mi mirada—. Está con un estudiante en este momento y dice que
vuelva al principio de la tarde.
No tenía
ninguna intención de esperar ni deseaba hablar con Jon. Así que, le di las
gracias. Mally se hizo a un lado, pero no levantó la puerta. Kiki saltó la
barrera de madera pesada en un solo paso, luciéndose como siempre lo hacía.
El edificio de
la administración de la Fortaleza estaba justo enfrente de la entrada. Unos
bloques de mármol melocotón marcaban la estructura de color amarillo y un
conjunto de escaleras de mármol conducían hacia el vestíbulo del primer piso.
Kiki se detuvo
al pie de la escalera.
Desmonté y le
di unas palmaditas en el cuello sudoroso.
—Te alcanzo en
los establos y te daré una buena cepillada.
Acarició mi
palma con su nariz suave, luego trotó hacia los establos ubicados en la esquina
noroeste de la guarda a la derecha junto a la torre de Irys. La Fortaleza de
los Mago tenía cuatro torres colocadas en cada esquina. Eran de gran altura.
Cada Mago Maestro vivía en una torre. En este momento, sólo dos estaban ocupadas.
La Segunda Maga, Zitora Cowan, había renunciado a su cargo en la búsqueda de su
hermana desaparecida y ningún otro mago tenía el poder de maestro. Hasta ahora.
Siempre había la esperanza de que uno de los nuevos estudiantes de la Fortaleza
terminará teniendo el potencial de maestro.
Corrí por las
escaleras por el edificio de la administración. Y como su nombre implicaba, la
estructura albergaba el personal administrativo que manejaba las cuentas y
facturas del día a día y los detalles involucrados en el funcionamiento de una
escuela para futuros magos. Todos los maestros tenían oficinas en el interior y
la enfermería se encontraba en la planta baja.
Ignorando al
personal en los pasillos, me dirigí directamente hacia la oficina de Bain. Abrí
la puerta sin llamar. No estaba sorprendido de verme, -nadie podría sorprender
a un Maestro Mago-, Bain frunció el ceño ante mi grosera intromisión. Pero un
vistazo a mi expresión y despachó a su estudiante de la habitación.
Una vez que la
chica se fue, él se volvió hacia mí. Se tocó la sien con un dedo arrugado.
—¿Por qué no
me respondes?
—No puedo. Se
ha ido. ¡Toda mi magia se ha ido! —El pánico prendió en mi pecho. Las lágrimas
amenazaban.
Su cara se
arrugó con preocupación. Él se acercó y extendió las manos.
—¿Puedo?
—Sí.
Bain agarró
mis hombros y cerró los ojos. Me preparé para... ¿Qué? No tenía idea. Sin
embargo, no pasó nada.
Sus ojos se
abrieron con sorpresa.
—Tienes razón.
La
confirmación de Bain me golpeó como una avalancha de rocas cayendo de una montaña.
No pude mantener la postura por más tiempo, mi cuerpo temblaba mientras las
lágrimas se derramaron con cada sollozo. El Primer Mago me guió a un sillón,
presionó un pañuelo en mis manos y murmuró palabras tranquilizadoras mientras
que mi ataque de autocompasión seguía su curso.
Tocando el
timbre para el té, se sentó en el sillón junto al mío y esperó a que su
ayudante llegara. Absorto en sus pensamientos, se alisó el pelo blanco. O mejor
dicho, lo intentó. Los rizos se resistieron y se lanzaron de nuevo en su
postura, sobresaliendo en ángulos extraños.
Me sequé los
ojos con un pañuelo y escaneé su oficina desordenada. Artilugios en diversas
fases de ejecución o disección cubrían el suelo, estanterías inclinadas con
pilas de libros, rollos de pergamino cubrían su escritorio y numerosos tonos de
tinta manchaba... casi todo, incluyendo la túnica azul profundo de Bain. El
aroma a jazmín mezclado con un aroma fuerte y picante llenaba la habitación. Me
pregunté si los grandes candelabros repartidos por toda la habitación eran la
fuente del olor.
Cuando el
ayudante de Bain llegó, trajo té y a la Segunda Maga, Irys Jewelrose, mi
mentora y amiga. Bain debió haberse comunicado mentalmente con ella sobre mi
llegada. Me puse de pie, pero ella mantuvo la distancia mientras el hombre
servía tres tazas de té y dejaba la jarra
en medio de la acumulación de elementos en la mesa.
—¿Necesita
algo más, señor?
—No gracias.
Se fue e Irys
corrió a abrazarme.
—No te
preocupes. Vamos a resolver esto.
Las lágrimas brotaron,
pero se calmaron mientras respiraba en su reconfortante aroma a manzana baya;
seguir llorando no resolvería nada. Apreté su espalda y ella se alejó. Sus ojos
verde esmeralda evidenciaban preocupación y promesa.
Bain hizo un
gesto para que nos sentáramos. Había dos sillones más enfrentadas a los que
Bain y yo ocupábamos. Irys repartió las tazas antes de sentarse. Sostuve la mía
con ambas manos, dejando que el calor se filtrara por mis dedos.
Bain me miró
por encima del borde de la taza.
—Cuéntanos.
Comenzando con
el ataque, les dije todo lo que había sucedido. Se sentaron en silencio,
absorbiendo la información. Entonces empezaron las preguntas. Yo las respondí
lo mejor que pude.
—¿Saben de
algún veneno que pueda robar a un mago de su poder? —Les pregunté.
—No, —dijo
Irys.
Después de
unos momentos, Bain dijo:
—No sé de
ninguna sustancia que tenga esa capacidad. Si es que existe, sería un arma
formidable contra los magos.
—¿Cómo que si?
¿Crees que lo estoy inventando? —Puse la taza sobre la mesa. Se cayó en el
platillo.
—No niña.
Simplemente estoy considerando otras posibilidades además del veneno. Tal vez
hay otra razón para tu condición.
—Ah. ¿Como un
escudo nulidad?
—Correcto.
Salvo que no es un escudo.
—¿Cómo lo
sabes?
—Puedo sentir
tus pensamientos superficiales y mi magia ayudo a calmarte. Lo que también
significa que no eres inmune a la magia.
Contuve la
respiración. Ya era bastante malo estar sin magia, pero estar a su merced...
Esto se estaba poniendo cada vez peor.
—Tal vez tu magia
se ha desviado, —sugirió Irys—. Opal ya no tiene la capacidad, pero existe la
posibilidad de que otro mago haya aprendido la habilidad. Hay un hueco en el
tiempo entre el golpe de la flecha y el combate de la fiebre ..., a falta de
una palabra mejor.
Si esa era la
causa, mi magia se había ido para siempre. A menos que hubiera un vial de mi
sangre alrededor, lo cual dudaba. Hasta el momento, nadie podía duplicar la
magia de con el vidrio de Opal, pero la magia de Quinn Bloodrose también estaba
vinculada al vidrio.
—¿Qué hay de
Quinn? —Pregunté.
Irys lo
meditó.
—Él está
asistiendo a clases aquí. No creo que haya dejado la Fortaleza. Así que,
podemos hablar con él. Y puedo contactar Pazia Nube Niebla para ver si ella
tiene alguna idea. Su magia fue desviada por accidente y desde entonces ha
estado trabajando con el vidrio, creando esos súper mensajeros.
Un malestar de
náuseas me revolvió.
—No quiero que
se difunda mi situación. Tengo demasiados enemigos.
—Voy a ser
discreta, no te voy a mencionar, —dijo Irys—. Voy a comprobar el libro de
registro en la puerta. Si Quinn salió de la Fortaleza, habrá un registro de
ello.
La presión en
mi pecho se alivió un poco.
—Y voy a
buscar en todos los libros, —Bain prometió—. Estoy seguro de que Dax estará
encantado de traducir los idiomas con los que no estoy familiarizado.
Sonreí a la
selección de palabras de Bain. Mi amigo Dax sería feliz de quejarse y quejarse
sin parar sobre la tarea, pero él era digno de confianza.
—¿Qué puedo
hacer yo? —Pregunté.
—Te sugiero
que visites al Sanador Hayes, —dijo Irys—. Hay una posibilidad de que estés
enferma, o podría tener alguna información sobre la causa de tu condición...
Todas buenas
ideas. Me eché hacia atrás, hundiéndome en los cojines cuando el agotamiento
barrió a través de mí.
—¿Lo sabe
Valek? —Preguntó Irys.
—No. Se fue antes
de que mis síntomas comenzaran. No quiero alarmarlo. Lo voy a enviar un mensaje
cuando sepa más.
—Debemos
buscar al asesino, también, —dijo Bain—. Me pondré en contacto con el jefe de
seguridad. Él...
—No, —le
interrumpí.
—Entonces, ¿a
quién me sugieres?
Lo considere.
No había duda de que los espías de Valek estarían a la caza de mi atacante,
pero no tenían magia o conocimiento íntimo de los callejones de Sitia. Dos
personas me vinieron a la mente; uno tenía magia, mientras que el otro tenía el
conocimiento.
—Leif y Fisk.
Confío en ambos.
—¿Estarían
dispuestos a trabajar juntos? —Preguntó Bain.
—Ellos lo han
hecho antes. ¿Recuerdas a la banda de estafadores que afectó a la Ciudadela
hace unos años?
—Ah, sí. Una
buena detección. —Bain dio unos golpecitos con los dedos sobre el borde de la
taza de té—. Sin embargo, este asesino no puede ser de la Ciudadela o tener
lazos aquí.
—Fisk se ido
expandiendo a otras ciudades. —Sonreí, recordando la rata sucia callejera que
me pidió dinero. Yo había vaciado mi bolsa en sus manos pequeñas, pero cuando se
acercó a mí por segunda vez, lo contrate
para que me ayudara a deambular por el abrumador mercado.
Con el tiempo
fundó el Gremio de Ayudantes y reclutó a otros niños mendigos para ayudar a los
compradores a encontrar buenos precios, productos de calidad y para entregar
los paquetes, todo por un precio muy bajo. Su red de miembros del clan también
tenía la capacidad única para reunir información sobre el elemento criminal.
—No sabía que
se había expandido, —dijo Irys—. Ese pequeño pícaro. No debería sorprenderme.
—Tomó un sorbo de té—. Bueno, ya no es pequeño tampoco. Es una buena idea
acudir a ellos.
Si tuvieran
tiempo.
—¿Leif está en
alguna asignación?
—No en este
momento, —dijo Bain con una mirada significativa.
Es decir, el
Consejo de Sitia podría tener un trabajo para mi hermano pronto, lo que me
llevó a la otra pregunta.
—¿Debo
informar al Consejo de mi condición?
Bain pasó una
mano nudosa bajo su manga. Desde que se convirtió en el Primer Mago, había
envejecido más que el paso natural del tiempo. Sus funciones incluían la
supervisión de la Fortaleza y ser un miembro del Consejo de Sitia, lo mismo que
Irys. También ella había envejecido. Gris veteaba su pelo negro y unas pocas
arrugas más, marcaban su rostro.
—No acerca de
tu magia perdida, —dijo Irys—. No hasta que sepamos más. Sin embargo, debemos
contarles sobre el ataque. Puede ser que tengan información de sus clanes.
Cada uno de
los once clanes de Sitia tenía un representante en el Consejo, y, junto con los
dos Maestros, el Consejo gobernaba Sitia.
Bain se
enderezó en su silla.
—Creo que
tenemos un plan de ataque. Voy a servir de enlace con el Consejo y hacer una
amplia investigación. Irys comprobará los registros de la puerta y hablará con
Quinn y Pazia. Yelena visitarás al Sanador Hayes y hablarás con Fisk y tu
hermano, Leif. ¿Me dejo algo?
—No. —Por
primera vez desde la mañana en la que me desperté sin mi magia, mi pecho no
dolía. Era una pena que no fuera a durar.
—Sí, —dijo
Irys. Ella se inclinó hacia delante—. Yelena, tienes que mantener un perfil muy
bajo. Si interactúas con los estudiantes de la Fortaleza, lo descubrirán con el
tiempo y entonces será imposible mantener tu condición en secreto. Además de
que eres vulnerable. El que hizo esto sabe que la magia puede influir en ti.
¿Qué pasa si te utilizan para acercarse a uno de los Consejeros o al Comandante
y Valek? ¿O convertirte en una asesina? Yo te sugeriría que le pidieras a Leif
que teja un escudo nulidad en tu capa y, una vez que hayas hablado con Fisk,
tienes que pasar a la clandestinidad. Eso es lo más seguro que puedes hacer en
este momento.
¿Correr y
esconderse? Ese no era mi estilo.
Gracias. Espero con ansias que publiquen la traducción completa
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