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domingo, 15 de mayo de 2016

Adelanto Capítulo 3: Shadow Study - Maria V. Snyder


—Capítulo 3—




YELENA

No entres en pánico. No entres en pánico. No entres en pánico. Agarrando la manta con los puños apretados, repetí las palabras. No entres en pánico. No entres en pánico. No entres en pánico. Pero no funcionó. El pánico me quemaba la garganta. Me faltaba el aliento. Las palabras no se transformaban en ninguna magia. No había magia. No había magia.

La oscuridad se apretó contra mi piel, cerrándose dentro de mi cuerpo, bloqueándome del calor y la luz que era mi magia. Todos mis sentidos habían sido robados junto con mi magia. Sonidos, imágenes y olores desaparecieron. Un sabor amargo era todo lo que quedaba.

No había magia. Desconectada de las almas perdidas, desconectada de la vida silvestre y separada de mis congéneres, no tenía utilidad. No había magia.

Me quedé en el duro piso de nuestro dormitorio, acurrucada debajo de la manta. Mis pensamientos zumbaban con la miseria. Al salir el sol, un poco de alivio dio paz al terror caótico que me había consumido. Mi visión funcionaba después de todo.

Un fuerte golpe en la puerta rompió la tranquilidad de la mañana y el relincho perforánte de Kiki cortó a través de mi convicción de que todo se había perdido. Cascos golpeando en la madera y me levanté tambaleante.

«Estoy bien», dije. Ninguna respuesta. Mi corazón se retorció.

—Estoy bien, —grité sobre otra andanada.

Kiki se detuvo. ¿Pero por cuánto tiempo? Agarré la barandilla y me arrastre por las escaleras. Agudos dolores de hambre apuñalaban mis tripas, pero me dirigí hacia la puerta. La cara -en su mayoría blanca- de Kiki se asomó por la ventana. Un parche de color marrón rodeaba su ojo izquierdo.

Tan pronto como abrí la puerta, ella irrumpió, casi tumbándome. No es que le costara mucho, ya que no había comido en más de un día.

Envolví mis brazos alrededor de su cuello.
—Estoy bien. —Apoyé mi frente contra su suave piel, abrí mi mente a ella. Nada. Aspiré su olor, una mezcla de paja seca, hierba cortada y tierra.

—No puedo... no tengo...  —¿Por qué era tan difícil decirlo?—. Mi magia... se ha ido. No puedo hablar contigo.

Kiki resopló.

—Sí, ya sé que estoy hablando contigo, pero no puedo comunicarme.

Ella se apartó y me miró. Y aunque sus pensamientos no sonaban en mi mente, comprendí su sarcástica mirada de; cómo le llamas a esto. Entonces me empujó con la nariz como si me impulsara a explicarme.

Sus acciones me sacaron de ese pánico enloquecido. La lógica luchó con la cruda emoción  y medité. ¿Qué pasó antes de mi magia desapareciera? Una agradable velada con Valek, pero había tenido una serie de ellas a lo largo de los años sin consecuencias.

¿Y antes de eso? Toqué el área todavía tierna en la parte superior de mi pecho.
—¡El veneno! ¿Cómo pude ser tan estúpida?

Kiki asintió con la cabeza.

—Gracias, —le dije con sequedad—. Ahora sólo tengo que averiguar qué veneno bloquea la magia de una persona. —Curare se ajustaba, salvo que habría quedado paralizada y habría reconocido su aroma cítrico fresco—. La flecha. —Tal vez unas gotas de veneno quedaban.

Kiki me siguió al establo. Pobre chica no se había alimentado de granos en más de un día. Llené el cubo de alimentación antes de buscar el eje de la flecha. No pasó mucho tiempo para averiguar que Valek debió habérselo llevado con él.

Valek. ¿Debería unirme a él en Ixia? Sería más seguro. Y sin la mancha de la magia, el Comandante podría darme la bienvenida con los brazos abiertos. La aversión de Ambrose a los magos comenzó en su infancia. A pesar de que tenía un cuerpo femenino, insistió en que era un hombre. Se vistió como un niño y se cambió el nombre. Aterrorizado de que un mago pudiera "ver a través" de él, los proscribió de Ixia y ejecutó a cualquiera que se hallara en el territorio cuando llegó al poder. Además no contribuyó el que el Rey corrupto fuera también un mago que había abusado de su poder.

Cuando acepté mis capacidades de Halladora de Almas, descubrí la verdadera naturaleza de la doble personalidad del Comandante. Su madre murió en el parto, pero se había negado a abandonar a su hijo recién nacido. Tenía suficiente magia como para que su alma se quedara con Ambrose, convirtiéndolo en mujer. Me había ofrecido a guiarla hacia el cielo, pero el Comandante sentía su presencia como ayuda, no se veía obstaculizado. Por ahora.

La postura del Comandante sobre los magos en Ixia se había aflojado un poco desde que aprendió de sus propios comienzos mágicos, pero aún tenía un largo camino por recorrer.

Además, viajar a Ixia no me ayudaría a descubrir lo que sucedió. Mi condición podría ser temporal y si así era, me estaba volviendo loca por nada.

Buscando mis recuerdos, revisé la lista de venenos que Valek me había enseñado cuando fui la catadora del Comandante, más de ocho años atrás. Ninguno de ellos tenía efectos secundarios que coincidieran con mis síntomas. Por otra parte, Valek no se habría preocupado por una sustancia que bloqueara la magia. ¿Pero sabría si había alguna? Posiblemente.

¿Y los Magos Maestros? Gruñí. ¡El primer Mago Bain Bloodgood! Su conocimiento de la historia y la magia era incomparable, y si él no sabía nada de este veneno, lo buscaría en sus pilas y pilas de libros hasta encontrarlo.

Sintiéndome mucho mejor, regresé a la casa para comer y empacar. Revisé la chimenea y los carbones en el baño, asegurándome de que todo estuviera correctamente apagado. Cuando cerré la puerta, una punzada de pesar vibró en mi pecho. Debido al ataque, Valek iba a insistir en mudarnos. Froté los dedos sobre las piedras. Buenos recuerdos se arremolinaron. La distancia a la cuadra parecía extenderse, cada vez más con cada paso.

Una vez que llegué al establo, ensillé a Kiki. No usábamos riendas o una brida y, normalmente, me gustaba renunciar a la silla de montar, pero las alforjas estaban llenas con suficiente comida y suministros para una semana. Hice una pausa. ¿Valek y yo hemos tenido una semana completa para nosotros mismos? No.

Kiki gruñó, arrancándome de mis pensamientos.

—¿Qué pasa?

Ella sacudió la correa adherida a mi mano. La había apretado demasiado. Me tomó un momento el comprender. Era fácil ensillar a un caballo que te instruía sobre el grado de tensión que debería tener la silla de montar. Me pregunté cuántas otras cosas tendría que volver a aprender... una perspectiva deprimente.

Fijé la correa y monté.
—De regreso a la Ciudadela tan rápido como sea posible, por favor. —Eso se mantenía. Siempre la dejaría encontrar la mejor ruta y marcar el ritmo.

Ella galopó por el barro. El brillante sol de entrada la mañana, no pudo levantarme el ánimo. Examiné el bosque, en busca de depredadores. Un pájaro chilló y me agaché. Saqué mi navaja cuando vi movimiento por el rabillo del ojo. Y quedé aplanada, abrazada al cuello de Kiki, cuando un ruido sordo sonó detrás de nosotras.

Después de unas horas, Kiki se detuvo a descansar. Me quedé a su lado, manteniendo la espalda contra ella y mi navaja en la mano. Peligros invisibles acechaban en el bosque. Todo un ejército de atacantes podría estar esperando por nosotras con el viento a favor, y yo no tendría ninguna advertencia.

El pánico prendía a fuego lento. Era débil, vulnerable y un blanco fácil. Cuando Kiki se detuvo por la noche, no encendí un fuego, y las pocas horas de sueño inquieto, las pasé entre sus pezuñas.

Para cuando llegamos a las puertas norte de la Ciudadela, dos días después, me alertaba frente a cada ruido. Nunca había estado tan contenta de ver las paredes de mármol blanco que rodeaban la ciudadela que refleja la luz del sol. Los guardias nos saludaron y me preocupé. ¿Qué pasaba si los guardias conspiraran con un grupo dentro? ¿Qué pasaba si nos asaltaban?

Giré mis dedos en la melena de cobre de Kiki cuando cruzamos a través de los anillos de negocios y fábricas que ocupaban el centro de la Ciudadela, como círculos rojos alrededor de un pasillo redondo. Un bullicioso mercado se encontraba en el corazón de esta sección. Bordeando los puestos llenos de gente, Kiki se dirigió hacia la Fortaleza de los Mago, que se encontraba en el cuadrante noreste.

La gente se movía a empujones por las calles, hablando, riendo, discutiendo, mientras asistían a sus tareas matutinas. Me quedé mirándolos. No había pensamientos o emociones que me llegaran del gentío. Para mis sentidos, ellos no tenían alma. Una horda de muertos vivientes.

Me incliné hacia delante y susurré a Kiki:
—De prisa a la Fortaleza, por favor.

Ella aceleró el paso, maniobrando a través de las calles concurridas. La parte lógica de mí entendía que los gritos y maldiciones a la estela de nuestro paso, no provenían de personas fallecidas sin alma. Sin embargo, ese conocimiento no detuvo a mis manos temblorosas o evitó que se me disparará el pulso.

Impresionada, me di cuenta de que mi magia había influido en la forma en que veía el mundo. Apenas recordaba cómo había interactuado en mi mundo sin magia. No había caído en la cuenta de que me apoyaba tanto en mi poder, o que lo usaba para conectar a las personas a mi alrededor en los últimos seis años. Sin embargo, me sentí como si hubiera estado envuelta en un paño grueso y negro de pies a cabeza. La tela tenía agujeros para los ojos, los oídos, la nariz y la boca, pero el resto de mi cuerpo permanecía envuelto.

Aflojé mi férreo agarre en la melena de Kiki cuando la gran entrada de la Fortaleza de los Mago se cernió. Elegantes columnas de mármol soportaban arcos festoneados que enmarcaban las puertas de mármol de dos pisos de altura. Las puertas estaban siempre abiertas, pero eran vigiladas por cuatro soldados, un mago y una puerta de madera.

Se enderezaron cuando nos acercamos.

—Buenos días, enlace Zaltana. ¿De regreso tan pronto? —Preguntó la sargento al mando.

—Sí, Mally, un asunto urgente ha cortado mis cortas vacaciones. ¿El Maestro Bloodgood está en su oficina?

Ella se dirigió hacia el mago ... Jon del Clan Krystal.

Jon me miró, interrogante.
—¿No puede....?

—No en este momento, —dije con los dientes apretados.

—Ah... bueno. —Su mirada se volvió distante—. Sí, el Primer Mago está en su oficina.—Luego se encontró con mi mirada—. Está con un estudiante en este momento y dice que vuelva al principio de la tarde.

No tenía ninguna intención de esperar ni deseaba hablar con Jon. Así que, le di las gracias. Mally se hizo a un lado, pero no levantó la puerta. Kiki saltó la barrera de madera pesada en un solo paso, luciéndose como siempre lo hacía.

El edificio de la administración de la Fortaleza estaba justo enfrente de la entrada. Unos bloques de mármol melocotón marcaban la estructura de color amarillo y un conjunto de escaleras de mármol conducían hacia el vestíbulo del primer piso.

Kiki se detuvo al pie de la escalera.

Desmonté y le di unas palmaditas en el cuello sudoroso.
—Te alcanzo en los establos y te daré una buena cepillada.

Acarició mi palma con su nariz suave, luego trotó hacia los establos ubicados en la esquina noroeste de la guarda a la derecha junto a la torre de Irys. La Fortaleza de los Mago tenía cuatro torres colocadas en cada esquina. Eran de gran altura. Cada Mago Maestro vivía en una torre. En este momento, sólo dos estaban ocupadas. La Segunda Maga, Zitora Cowan, había renunciado a su cargo en la búsqueda de su hermana desaparecida y ningún otro mago tenía el poder de maestro. Hasta ahora. Siempre había la esperanza de que uno de los nuevos estudiantes de la Fortaleza terminará teniendo el potencial de maestro.

Corrí por las escaleras por el edificio de la administración. Y como su nombre implicaba, la estructura albergaba el personal administrativo que manejaba las cuentas y facturas del día a día y los detalles involucrados en el funcionamiento de una escuela para futuros magos. Todos los maestros tenían oficinas en el interior y la enfermería se encontraba en la planta baja.

Ignorando al personal en los pasillos, me dirigí directamente hacia la oficina de Bain. Abrí la puerta sin llamar. No estaba sorprendido de verme, -nadie podría sorprender a un Maestro Mago-, Bain frunció el ceño ante mi grosera intromisión. Pero un vistazo a mi expresión y despachó a su estudiante de la habitación.

Una vez que la chica se fue, él se volvió hacia mí. Se tocó la sien con un dedo arrugado.
—¿Por qué no me respondes?

—No puedo. Se ha ido. ¡Toda mi magia se ha ido! —El pánico prendió en mi pecho. Las lágrimas amenazaban.

Su cara se arrugó con preocupación. Él se acercó y extendió las manos.
—¿Puedo?

—Sí.

Bain agarró mis hombros y cerró los ojos. Me preparé para... ¿Qué? No tenía idea. Sin embargo, no pasó nada.

Sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Tienes razón.

La confirmación de Bain me golpeó como una avalancha de rocas cayendo de una montaña. No pude mantener la postura por más tiempo, mi cuerpo temblaba mientras las lágrimas se derramaron con cada sollozo. El Primer Mago me guió a un sillón, presionó un pañuelo en mis manos y murmuró palabras tranquilizadoras mientras que mi ataque de autocompasión seguía su curso.

Tocando el timbre para el té, se sentó en el sillón junto al mío y esperó a que su ayudante llegara. Absorto en sus pensamientos, se alisó el pelo blanco. O mejor dicho, lo intentó. Los rizos se resistieron y se lanzaron de nuevo en su postura, sobresaliendo en ángulos extraños.

Me sequé los ojos con un pañuelo y escaneé su oficina desordenada. Artilugios en diversas fases de ejecución o disección cubrían el suelo, estanterías inclinadas con pilas de libros, rollos de pergamino cubrían su escritorio y numerosos tonos de tinta manchaba... casi todo, incluyendo la túnica azul profundo de Bain. El aroma a jazmín mezclado con un aroma fuerte y picante llenaba la habitación. Me pregunté si los grandes candelabros repartidos por toda la habitación eran la fuente del olor.

Cuando el ayudante de Bain llegó, trajo té y a la Segunda Maga, Irys Jewelrose, mi mentora y amiga. Bain debió haberse comunicado mentalmente con ella sobre mi llegada. Me puse de pie, pero ella mantuvo la distancia mientras el hombre servía tres tazas de té y dejaba la jarra  en medio de la acumulación de elementos en la mesa.

—¿Necesita algo más, señor?

—No gracias.

Se fue e Irys corrió a abrazarme.
—No te preocupes. Vamos a resolver esto.

Las lágrimas brotaron, pero se calmaron mientras respiraba en su reconfortante aroma a manzana baya; seguir llorando no resolvería nada. Apreté su espalda y ella se alejó. Sus ojos verde esmeralda evidenciaban preocupación y promesa.

Bain hizo un gesto para que nos sentáramos. Había dos sillones más enfrentadas a los que Bain y yo ocupábamos. Irys repartió las tazas antes de sentarse. Sostuve la mía con ambas manos, dejando que el calor se filtrara por mis dedos.

Bain me miró por encima del borde de la taza.
—Cuéntanos.

Comenzando con el ataque, les dije todo lo que había sucedido. Se sentaron en silencio, absorbiendo la información. Entonces empezaron las preguntas. Yo las respondí lo mejor que pude.

—¿Saben de algún veneno que pueda robar a un mago de su poder? —Les pregunté.

—No, —dijo Irys.

Después de unos momentos, Bain dijo:
—No sé de ninguna sustancia que tenga esa capacidad. Si es que existe, sería un arma formidable contra los magos.

—¿Cómo que si? ¿Crees que lo estoy inventando? —Puse la taza sobre la mesa. Se cayó en el platillo.

—No niña. Simplemente estoy considerando otras posibilidades además del veneno. Tal vez hay otra razón para tu condición.

—Ah. ¿Como un escudo nulidad?

—Correcto. Salvo que no es un escudo.

—¿Cómo lo sabes?

—Puedo sentir tus pensamientos superficiales y mi magia ayudo a calmarte. Lo que también significa que no eres inmune a la magia.

Contuve la respiración. Ya era bastante malo estar sin magia, pero estar a su merced... Esto se estaba poniendo cada vez peor.

—Tal vez tu magia se ha desviado, —sugirió Irys—. Opal ya no tiene la capacidad, pero existe la posibilidad de que otro mago haya aprendido la habilidad. Hay un hueco en el tiempo entre el golpe de la flecha y el combate de la fiebre ..., a falta de una palabra mejor.

Si esa era la causa, mi magia se había ido para siempre. A menos que hubiera un vial de mi sangre alrededor, lo cual dudaba. Hasta el momento, nadie podía duplicar la magia de con el vidrio de Opal, pero la magia de Quinn Bloodrose también estaba vinculada al vidrio.

—¿Qué hay de Quinn? —Pregunté.

Irys lo meditó.
—Él está asistiendo a clases aquí. No creo que haya dejado la Fortaleza. Así que, podemos hablar con él. Y puedo contactar Pazia Nube Niebla para ver si ella tiene alguna idea. Su magia fue desviada por accidente y desde entonces ha estado trabajando con el vidrio, creando esos súper mensajeros.

Un malestar de náuseas me revolvió.
—No quiero que se difunda mi situación. Tengo demasiados enemigos.

—Voy a ser discreta, no te voy a mencionar, —dijo Irys—. Voy a comprobar el libro de registro en la puerta. Si Quinn salió de la Fortaleza, habrá un registro de ello.

La presión en mi pecho se alivió un poco.

—Y voy a buscar en todos los libros, —Bain prometió—. Estoy seguro de que Dax estará encantado de traducir los idiomas con los que no estoy familiarizado.

Sonreí a la selección de palabras de Bain. Mi amigo Dax sería feliz de quejarse y quejarse sin parar sobre la tarea, pero él era digno de confianza.

—¿Qué puedo hacer yo? —Pregunté.

—Te sugiero que visites al Sanador Hayes, —dijo Irys—. Hay una posibilidad de que estés enferma, o podría tener alguna información sobre la causa de tu condición...

Todas buenas ideas. Me eché hacia atrás, hundiéndome en los cojines cuando el agotamiento barrió a través de mí.

—¿Lo sabe Valek? —Preguntó Irys.

—No. Se fue antes de que mis síntomas comenzaran. No quiero alarmarlo. Lo voy a enviar un mensaje cuando sepa más.

—Debemos buscar al asesino, también, —dijo Bain—. Me pondré en contacto con el jefe de seguridad. Él...

—No, —le interrumpí.

—Entonces, ¿a quién me sugieres?

Lo considere. No había duda de que los espías de Valek estarían a la caza de mi atacante, pero no tenían magia o conocimiento íntimo de los callejones de Sitia. Dos personas me vinieron a la mente; uno tenía magia, mientras que el otro tenía el conocimiento.

—Leif y Fisk. Confío en ambos.

—¿Estarían dispuestos a trabajar juntos? —Preguntó Bain.

—Ellos lo han hecho antes. ¿Recuerdas a la banda de estafadores que afectó a la Ciudadela hace unos años?

—Ah, sí. Una buena detección. —Bain dio unos golpecitos con los dedos sobre el borde de la taza de té—. Sin embargo, este asesino no puede ser de la Ciudadela o tener lazos aquí.

—Fisk se ido expandiendo a otras ciudades. —Sonreí, recordando la rata sucia callejera que me pidió dinero. Yo había vaciado mi bolsa en sus manos pequeñas, pero cuando se acercó a mí por segunda vez,  lo contrate para que me ayudara a deambular por el abrumador mercado.

Con el tiempo fundó el Gremio de Ayudantes y reclutó a otros niños mendigos para ayudar a los compradores a encontrar buenos precios, productos de calidad y para entregar los paquetes, todo por un precio muy bajo. Su red de miembros del clan también tenía la capacidad única para reunir información sobre el elemento criminal.

—No sabía que se había expandido, —dijo Irys—. Ese pequeño pícaro. No debería sorprenderme. —Tomó un sorbo de té—. Bueno, ya no es pequeño tampoco. Es una buena idea acudir a ellos.

Si tuvieran tiempo.
—¿Leif está en alguna asignación?

—No en este momento, —dijo Bain con una mirada significativa.

Es decir, el Consejo de Sitia podría tener un trabajo para mi hermano pronto, lo que me llevó a la otra pregunta.
—¿Debo informar al Consejo de mi condición?

Bain pasó una mano nudosa bajo su manga. Desde que se convirtió en el Primer Mago, había envejecido más que el paso natural del tiempo. Sus funciones incluían la supervisión de la Fortaleza y ser un miembro del Consejo de Sitia, lo mismo que Irys. También ella había envejecido. Gris veteaba su pelo negro y unas pocas arrugas más, marcaban su rostro.

—No acerca de tu magia perdida, —dijo Irys—. No hasta que sepamos más. Sin embargo, debemos contarles sobre el ataque. Puede ser que tengan información de sus clanes.

Cada uno de los once clanes de Sitia tenía un representante en el Consejo, y, junto con los dos Maestros, el Consejo gobernaba Sitia.

Bain se enderezó en su silla.
—Creo que tenemos un plan de ataque. Voy a servir de enlace con el Consejo y hacer una amplia investigación. Irys comprobará los registros de la puerta y hablará con Quinn y Pazia. Yelena visitarás al Sanador Hayes y hablarás con Fisk y tu hermano, Leif. ¿Me dejo algo?

—No. —Por primera vez desde la mañana en la que me desperté sin mi magia, mi pecho no dolía. Era una pena que no fuera a durar.

—Sí, —dijo Irys. Ella se inclinó hacia delante—. Yelena, tienes que mantener un perfil muy bajo. Si interactúas con los estudiantes de la Fortaleza, lo descubrirán con el tiempo y entonces será imposible mantener tu condición en secreto. Además de que eres vulnerable. El que hizo esto sabe que la magia puede influir en ti. ¿Qué pasa si te utilizan para acercarse a uno de los Consejeros o al Comandante y Valek? ¿O convertirte en una asesina? Yo te sugeriría que le pidieras a Leif que teja un escudo nulidad en tu capa y, una vez que hayas hablado con Fisk, tienes que pasar a la clandestinidad. Eso es lo más seguro que puedes hacer en este momento.


¿Correr y esconderse? Ese no era mi estilo.

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